A nadie le corresponde más la imagen de hombre camaleón, de varios hombres en uno, de una historia que es varias historias, porque las ha condensado todas en sí mismo. "Los hombres y mujeres que verdaderamente aman la vida están dispuestos a morir por ella", puso en boca de un personaje en su novela más reciente "Los papeles de Damasco". Y pocos deben dudar que Jorge Salazar ha vivido con esa premisa desde hace mucho.
El hombre camaleón, identificado como Jorge Salazar, deambula en un territorio cercano a la oscuridad. Con los años ha explorado la historia de sangre que tiñe las páginas del periodismo nacional. "El homicidio casero o doméstico continúa dando el perfil del criminal peruano", apunta en el cuarto tomo de "Historia de la Noticia: La sangre derramada", su ya célebre tratado sobre el crimen. Pero su olfato va más allá: alcanza a Mamoru Shimizu, el japonés que mató a siete de sus familiares, en "La medianoche del japonés", o a Mario Poggi, el psicólogo que debía analizar al supuesto descuartizador de Lima y terminó ahorcándolo con una correa, en "Poggy, la verdad del caso".
"Lo que siempre me ha impresionado es el sentido que Coco le da a este oficio tan superficial y efímero: simplemente decir estuve en la mierda y salí limpio", comenta Jaime Bedoya, un discípulo y amigo personal. Quiere decir que el periodista puede sumergirse en los abismos de la política más corrupta, el morbo de los asesinatos, las ambiciones más traicioneras, y regresar para contarlas sin morir en el retorno. "Aprender a salir limpio de esa vaina, esa es su mejor enseñanza", insiste Bedoya.
Jorge Salazar muda la piel y los sentidos cuando se trata de cocina. Es el mismo, pero distinto, si tal ubicuidad es posible. "Es un tipo cosmopolita. Conoce mucho de cocina internacional", asegura Raúl Vargas, otro sibarita del culto gastronómico nacional. No se trata del conocimiento adquirido en los salones de lujo, sino de la doctrina trashumante del viajero. En el libro "Crónicas Gastronómicas", un sabroso tratado de historias y recetas publicado en el 2004, Salazar da fe del aprendizaje facilitado por sus fugas y exilios en el extranjero.
"Por ahí y en compañía de expresivos árabes ha degustado el más renombrado plato de los desiertos: el cordero mechui, es decir el cordero ensartado y mechado de los beduinos", dice de sí en tercera persona, como corresponde a la descripción de las especies más evolucionadas.
En algún momento muy remoto tuvo una conexión con los sabores orientales que no se ha perdido jamás. Existe una foto suya de niño en la fachada de un restaurante en el barrio chino de Lima. Por allí se lo puede ver con cierta regularidad mientras se aprovisiona de ingredientes para recetas que, a decir de algunos amigos, pueden ser deliciosas invenciones suyas.
"Coco es una de las personas que más sabe de cocina china", dice Liliana Com, promotora del chifa Wa Lok, donde Jorge Salazar suele caer una vez por semana, como un rito personal. "Hay gente que dice saber, pero nunca ha probado pejesapo", comenta.
Salazar ha bautizado varios paladares con ese manjar, incluyendo el de quien escribe. En otra ocasión, alguien llamó a Liliana con la sugerencia de poner atención al pichón, como en China. Salazar le confirmó con un tono condescendiente que esa presa ya se consume en Lima desde los años cincuenta. "Es un sibarita, a pesar de ser tan delgado", comenta esta amiga de sabores cercanos.
Es cierto. Sus invitados suelen sorprenderse de que él no participe del reparto. Salazar, puesto en la piel de gourmet, se deleita con las reacciones, con los gestos de placer de los demás. "Para él, y esto es aun más admirable, compartir una mesa es el mejor de los sabores posibles. A la mesa los hombres se hacen hermanos, dice, y no se cansa de repetir cientos de ejemplos que empiezan con las bondades de la éltima Cena y terminan con el horror del Banquete de los Asesinos", escribe Bedoya en el prólogo del libro de cocina.
En el recetario hay piezas tan sofisticadas como una langosta a la Newburg, una trucha a la Juana de Arco o un faisán flamenco. "Cuando prepara las langostas, puedo decir -y yo he viajado mucho- que nadie logra el sabor que le pone él", dice el ex crack y hoy entrenador de fútbol Juan Carlos Oblitas, otro de sus amigos entrañables. Y, sin embargo, el paladar de Salazar no se aparta de los sabores peruanos. "Una de sus especialidades es el arroz con pato, que le sale extraordinariamente", precisa Raúl Vargas. Entrenador y periodista coinciden desde la distancia.
El arte de la cocina es una prolongación de su lengua camaleónica, esa que puede hablar con experticia de todos los temas como si hubiera sido formada para cada cual de modo exclusivo. "Es un gran conversador", dice Oblitas, quien lo conoció cuando Salazar lo entrevistó en los tempranos tiempos de su carrera deportiva. "Me gustaba conversar con él por su inteligencia", recuerda el legendario jugador. Con el tiempo, la amistad se prolongó a todos los campos. Alguna vez, cuando Oblitas tuvo a cargo la selección nacional, Salazar ofició de consejero psicológico del equipo.
"La única vez que como técnico llegué tarde al bus que nos llevaba a entrenar fue en Buenos Aires. Se me pasó la hora conversando con él, desde las dos de la tarde, en que terminamos de almorzar, hasta pasadas las seis, en que debíamos salir", recuerda. El poder del verbo debe figurar en la taxonomía de su especie.
A veces, puesto en la piel del periodista deportivo, ha mostrado un tono lapidario. Oblitas recuerda que le sugirió parar la mano con las críticas que escribía sobre el técnico Francisco Maturana, tras una decepcionante campaña nacional. "Me dijo: Juan Carlos, tú y yo somos muy amigos, pero antes que nada soy periodista y tengo que decir lo que pienso". Desde entonces, las líneas quedaron definidas, para bien de la amistad. "Es un hombre muy racional y casi siempre tiene razón".
El hombre camaleón es oscuro de pómulos, fiel a cierta línea árabe de su sangre. Ocurre que Salazar ha pasado largos períodos en el exterior. Primero de adolescente, cuando se suponía que solo iba a estudiar en Edimburgo y terminó contagiándose de bohemia; después como autoexilio, cuando la agitación de sus militancias políticas lo puso en aprietos. En Madrid ancló por lo segundo. Fue un tiempo próspero en vivencias para este hombre que nunca pareció conformarse con una sola piel. Ni la ajena ni la propia, porque cambió de oficios y aventuras casi por cábala, como cuando fue extra en westerns de Hollywood que se filmaban en España para reducir costos. "Lo hacían pasar por gitano o mexicano, en esa época había mucho trabajo", recuerda Ricardo Mitsuya, el primer torero niséi peruano, a quien conoció en Madrid.
Pareciera que el azar siempre ha compensado su generosidad. Sus amigos recuerdan haberlo visto brillar en los hipódromos. "He ido con él algunas veces y debo reconocer que me asombra su conocimiento, pero sobre todo su suerte", comenta Raúl Vargas. "Ha ganado fortunas en el hipódromo y las ha gastado todas invitando a los amigos o apoyando a los artistas", recuerda la poeta Rosina Valcárcel, amiga de los tiempos de quebradas costillas izquierdas.
Arrastra del pasado una ansiedad incandescente por conocer el fondo de las cosas: Jorge Salazar es un cronista policial de buen paladar, un sibarita erudito, un historiador que habla de fútbol, un filósofo de la seducción amorosa. No cambia de color sino de ciencia y casi puede jurarse que esa es la razón de su talento para hacerse imprescindible.