Antología del crimen

por Esther Vargas


Jorge Salazar, el periodista más identificado con la crónica roja en el país acaba de desenterrar un puñado de crímenes locales que entre 1911 y 1939 congelaron la sangre de los peruanos. ¿Qué hay detrás de una muerte? Jorge Salazar no ha dejado de plantearse esta interrogante. En los años 40, cuando era un niño, sus ojos se estrellaban a diario contra las portadas de El Comercio, La Crónica y La Prensa. Era una época terriblemente sangrienta. 

Más allá de los homicidios, las noticias daban cuenta de la Segunda Guerra Mundial. El descomunal despliegue de la muerte en esas páginas llamó poderosamente su atención. Mucho tiempo después al hacerse periodista, la curiosidad lo llevó al terreno del crimen detrás de pistas oscuras e incomprensibles que le confirmaron una verdad suprema: el gran misterio de la vida es la muerte.

Historia de la Noticia. La guerra y el crimen, un siglo de homicidios en el Perú (Universidad de San Martín de Porres) acaba de ser publicado, luego de una ardua tarea de investigación que lo llevó a reencontrarse con titulares de antología: Espantoso crimen se ha perpetrado en la estancia de Huacullay, en Junín / Fueron desconcertantes la tranquilidad y el cinismo de que hizo gala el criminal Leonidas Chávez en el curso del proceso/ Fue una vida accidentada la que llevó en estos últimos tiempos el tristemente célebre bandolero Eduardo Arnao Pérez...

Salazar es catedrático de periodismo interpretativo en la Universidad de San Martín de Porres y cronista hace cuatro décadas. El fútbol, la gastronomía y la muerte constituyen el triángulo de sus pasiones más públicas. Este libro que ha escrito pensando en los estudiantes de Ciencias de la Comunicación va más allá de un compilatorio de homicidios, a través de estas historias se refleja el Perú de comienzos del siglo XX, específicamente la franja entre 1911 y 1939.

Autor de Poggi: la verdad del caso, una crónica testimonio sobre uno de los más alucinantes homicidios de la década del 80, Salazar conversó con Poggi 48 horas antes de que éste estrangulara al presunto descuartizador Angel Díaz Balbín. En su departamento de Miraflores, el cronista rememora el hecho mostrándonos una foto blanco y negro en la que aparece él y Víctor Ch. Vargas, el reportero gráfico que ingresó a la División de Homicidios de la PNP con la finalidad de retratar al estridente psicólogo y su paciente. La primicia de este par de periodistas fue portada de Caretas y el inicio de un escándalo que paralizaría Lima.

“El homicidio jamás ha sido tema de legítima investigación en el país”, dice el periodista y agrega: "Más allá de algunos cuadros esquemáticos y resúmenes estadísticos, el tema pareciera no haber gozado de las simpatías de los investigadores sociales. Los peruanos parecen preferir mantenerse aferrados a viejos estereotipos antes que hacer indagaciones a través de las ciencias o disciplinas criminológicas".

El ciudadano común y corriente, explica el cronista, es un convencido de que el homicidio, como el robo y violación son resultado de la pobreza o la escasa educación, o de las dos cosas a la vez. Nada más falso, nada más racista. El delito no guarda relación directa con la clase social. Ni en el Perú, ni en los Estados Unidos. Un ejemplo: El llamado "crimen del siglo" ocurrido en 1924. La víctima era un menor de 14 años. Los verdugos, Richard "Dickie" Loeb y Nathan Leopold Jr., eran dos muchachos millonarios conocidos por ser parte del jet set de Chicag.

"Historia de la Noticia..." le ha permitido a Salazar advertir que los cronistas (de la época que comprende el libro) preferían el anonimato. En una charla con Carlos Ney Barrionuevo, uno de los maestros del género, éste le revela a Salazar que al no firmar sus notas los periodistas expresaban una pudorosa vergüenza por transitar en ese territorio mal visto, identificado con el desamor, la destrucción y el delito. 

Históricamente, precisa Salazar, el arma que usaban los delincuentes era la chaveta o el cuchillo. En estos días, los criminales se hacen de pistolas, metralletas, bombas y granadas, mortíferos instrumentos que revelan la influencia del gangsterismo norteamericano. Y algo más: ya no suelen "trabajar" solos. Las bandas organizadas se imponen. 

Lo que no ha variado radicalmente es el móvil de los crímenes en el Perú. Dice Salazar que la gran mayoría de homicidios ocurren por causas domésticas y caseras, detalle que nos diferencia de otras sociedades. Se refiere a celos, borracheras, cuernos y rupturas sentimentales. (Basta echar un vistazo a las páginas policiales del momento para constatar que la afirmación del cronista es muy cierta). En un segundo plano, aparece el lucro. 

La fascinante entrega de Salazar nos permite ahondar en historias que parecen extraídas de alguna ficción afiebrada. Sin embargo, son reales, tan reales que a pesar de los años que nos separan de aquellos acontecimientos, resulta casi imposible no sentir escalofríos. El autor de esta recopilación las tuvo en su momento: "El periodista se esfuerza por tener el pellejo duro, pero a la hora de enfrentarse a un crimen acaba por conmoverse". 

Allí está la historia de Máximo Aliaga, de 22 años, conserje del Cinema Teatro de Barranco. Abrumado porque su novia rompió la relación para casarse con un hombre mayor, Máximo le disparó a su tortuoso amor un balazo en la frente. Acto seguido volvió el arma sobre él y se disparó a la altura de la mandíbula. Lo anecdótico del asunto, anota Salazar, es que el asesino sobrevivió, pero quedó mudo para siempre. 

Historias de lo más absurdas, crueles y tristes podrían empapelar el museo de la crónica roja en el Perú. Museo que, dicho sea de paso, no existe. Salazar está empeñado en su construcción. El arma blanca que utiliza para este propósito es un descomunal archivo de periódicos y revistas, acaso las únicas fuentes que no acabaron muertas a balazos, enterradas o desaparecidas. 

La República, 16 Mar 2002