La Ópera de los Fantasmas

Por Luis Alberto Sánchez 

La literatura ha sido siempre un juego peligroso. Refleja cabalmente las circunstancias de cada sociedad; los individuos sólo alcanzan a ponerle ligeras dosis de personalidad. Las épocas de plenitud tienden al clasicismo; las decadentes a la incoherencia, buscada o espontanea. Los poetas la captan directa o espontáneamente; los prosista, reflexiva y artificialmente. 

Pero debemos ponernos en el caso de los poetas que escriben en prosa: su expresión es, al par, directa y reflexiva. Tal es el caso de los Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont y, Mutatis Mutandi, el Ulises de James Joyce. 

No pretendemos que La Ópera de los Fantasmas, por Jorge Salazar, iguale a las 2 obras mencionadas pero pertenece a la misma familia. Salazar -que se estrenó hace 3 años, con un libro en comandita sobre las guerrillas en el Perú- ha publicado, ahora, este nuevo libro que recoge, con ansiedad y fantasía, las peripecias ocasionadas por la famosa tragedia del Estadio Nacional de Lima, el 24 de mayo de 1964. 

Tragedia en la que murieron aplastados, asfixiados o baleados, 367 inocentes. Da grima recordar el episodio. 

DEL VERSALLES AL ESTADIO 

La saga que Salazar cuenta, tiene un impresionante taraceo de cosas irreales, reales, semi-soñadas, transcritas y clamadas. Los puntos extremos del relato son el Café Versalles en la Plaza San Martín, y el Estadio Nacional. 

Los personajes actúan verdaderamente como fantasmas. El autor utiliza un expediente que echó a andar en la novela John Dos Passos hace 55 años en su Manhattan Transfer y que Julio Cortázar ha imitado en su El Libro de Manuel: transcribir fragmentos de periódicos, aviso de espectáculos y mercancías, taraceando y salpicando la narración. Por cierto que la reiteración de una aviso de Manzan “Específico contra las hemorroides” no es un augurio de belleza ni salud mental. 

La historia avanza, jadeante, descoyuntada hasta el final en que recapitula los hechos reales y nos da la medida del drama individual de cada protagonista. Las escenas se producen en diferentes ambientes. Por cierto hay una que ocurre en un burdel, llena de alusiones coprolálicas y salaces, mucha más cruda que la escena del prostíbulo en el Ulises de Joyce. 

Salazar nos brinda un testimonio auténtico, vivido y poético, sobre un hecho cruento, multitudinario y policial. El lector se embarca, como en un tandem dramático, en una especie de carros de montañas rusas como las de Coney Island, y no se sabe cuándo llegará a la planicie. 

UN REMANSO LITERARIO 

No llega nunca. Revelando indudable temperamento lírico y destreza literaria Salazar evoca esa tragedia con pasión y vuelo que, como navegante experto, resiste los embates de olas que el mismo fragua y, desde luego, como sin querer, alude a la acusación contra el partido comunista, al cual defiende sin declararlo, como una consecuencia natural de los hechos mismos y de la intención de la policía. 

Entre la cantidad de narraciones voluntarias opacas y retrasadamente neo - realistas que han aquejado nuestra literatura en los recientes últimos 15 años, el libro de Salazar parece un remanso. 

Paradójicamente, porque lo es pese a las tempestades que sacuden sus aguas de todos modos refrescantes y abiertas a la imaginación. 


Expreso, Diciembre de 1980