La poesía de "La ópera de los Fantasmas",

Por Humberto Li Verástegui 


Para el poeta, recordar es vivir. En el Perú, cuyas tragedias colectivas se acumulan en pirámide, recordar es sufrir. Quizás por ello la ironía –que llega a la acrimonia- impregna el espíritu criollo y por la misma razón, probablemente, la indiferencia pugna por desalojar la tristeza en el retablo andino.

La ópera de los fantasmas –Premio Casa de las Américas 1980- es un largo discurso sobre una época – los primeros años de la década de los 60- cuyos personajes han sido extraídos de ese museo humano que es Lima, concebida a su vez como una gigantesca torre de los milagros y la antesala de una Calcuta mestiza. Jorge Salazar –su autor- recuerda, con indescriptible dolor, un episodio que no por infame deja de ser ardientemente testimonial de lo más asqueroso de la imaginería histórica nacional: la masacre perpetrada en el Estadio Nacional en 1964.

El discurso es, en su mayor extensión, una crónica periodística, pero que incluye fragmentos de la mayor técnica cinematográfica-literaria: los recuentos de los jóvenes estudiantes limeños o la escena en que el curandero inventa un rito instantáneo para revivir al infante abaleado.

Yo no sé si es una novela o un testimonio, o quizás un infernal canto de gesta; o bien una crónica novelada. No lo sé. Ni me importa. Porque a mí, al igual de quienes han convertido a “La Ópera de los Fantasmas” en un best seller, la obra me ha impresionado; es decir, he sentido la belleza que expresa, aunque sea la belleza del dolor, de la muerte y de la locura individual y colectiva, tan contraria a la concepción apolínea de la belleza.

Pero, lo más importante, las páginas de Jorge Salazar retrotraen imágenes del pasado con la tersura de las metáforas negras de García Lorca –cuyo “a las cinco de la tarde” es la apertura para la reproducción en la mente del lector hispo americano de toda una escenografía y una historia nacional-, permitiendo que a la palabra escrita se sume la memoria del lector.

INSTANTE DE LOCURA

Toda novela, crónica o cantar requiere una clave. Cuanto más simple la clave, más universal la comprensión. Contrario sensu, menos conocida la clave, menos posibilidad de universalidad. La novela de Salazar requiere una clave conocida solo por una generación, de una misma ciudad, Lima. Sin embargo, tras los personajes tan nuestros, se esconden arquetipos universales: el joven teniente Sánchez es –a mi juicio- la expresión de los millones de jóvenes que se suicidan en el mundo por no entender la sinrazón del poder.

Pero, aparte de los méritos literarios que críticos como Alfonso La Torre o Ismael Pinto pueden juzgar con instrumental profesional, “La Ópera de los Fantasmas” es la denuncia de un hecho inclasificable que fue soterrado por un cobarde silencio durante 16 años, tanto en la dictadura, y cuyos responsables fueron protegidos por un Poder Judicial corrupto y la equivocada concepción de la solidaridad que tuvo la Guardia Civil.

RECUPERANDO LA FE

Gracias a Jorge Salazar –algunos de cuyos rasgos biográficos se filtran en la pasión de un pueblo expresada en “La Ópera de los Fantasmas...”- hemos, los lectores y yo reincorporando un episodio silenciado, pero necesario para la comprensión de muchos de los posteriores desgarramientos de la conciencia nacional.

Porque solo teniendo en mente la magnitud de una locura aberrante podemos, verbigracia, explicarnos la degradación colectiva que permitió la sobrevivencia cívica de un cínico ministro de Gobierno y la demencial arbitrariedad de un dictador esquizofrénico.

Pero también podemos comprender que, sobre la putrefacción histórica, se alza la lozanía de la esperanza. Aunque se nutra de la desesperación y la angustia que magistralmente describe Salazar.

Diario Expreso, 21 de diciembre de 1980.