Por tierras de caléndula

Jorge Salazar


Yo no conocía todavía a Gregorio Martínez cuando recibí una nota suya en la que incluía “Tierra de Caléndula”. El hecho de que el joven escritor se hubiese dirigido a mí con afectuosos términos me extrañaba ¿por qué el distinguido profesor de San Marcos, experimentó la necesidad de escribirme? Por unos días esto fue un enigma.


II

Leyendo “Tierra de Caléndula” el cielo quedó despejado. Ya no hay enigmas. “Tierra de Caléndula” es un buen libro, un libro con un estilo verdaderamente bueno y eso a veces basta, al menos a mí, para saber más cosas. Un libro bueno solamente se logra cuando un hombre ha llegado a ser tan generoso como le es posible. Leamos a Gregorio Martínez:

“Yo también hubiera querido salir de este monte pero la verdad es que me gusta andar suelto como los burros cimarrones y en la ciudad tú sabes muy bien uno tiene que aprender por fuerza y obligación a vivir como gente, sujeto a toda clase de etiquetas para no dar que hablar por eso no me arrepiento de haber quedado aquí en la ignorancia de manera que no te preocupes por mí que en buena cuenta estoy bien único mortificado por la deabetes que me ha cortado la vista y todo el santo día ando con la boca seca como si estuviera mascando ceniza aparte de que orino dulce casi miel tan azucarado que a veces me da pena tanto desperdicio y pienso que si estuviera allá donde ustedes que hay tanta gente y nadie sabe lo de nadie bien podría instalar una chichería para sacarle siquiera algún provecho a esta meadera de rico que ya me tiene cojudo”.


III

Gregorio Martínez, nacido en Coyungo (Nazca) sabe bien de las necesidades de traducir sin ambigüedades las experiencias vividas por su (nuestra) gente. Ha elegido las palabras, la lógica, y la nomenclatura del mundo marginal del Sur Chico, y allí está el mensaje que yo entiendo: Nos pasamos la vida llenando de palabras los papeles cuando habría que pasarse aún doscientos años sacando la mierda a tanto explotador y a tanto traidor.


IV

Tierra de Caléndula” es también todo un espectáculo. Sí, allí no leemos sino vemos; nos vemos a nosotros mismos desde niños abriendo caudalosamente los brazos a la vida. Vemos a los niños cogiendo piedras y jugando con bolitas de tierra. Y a otros niños masticando yerbas y secretamente observando el orinar de las niñas. ¿Cómo funciona la vida? Sin hablar.

“Rosita sin decir nada empezaba a tocarme el cuerpo para que yo también tuviera ese olor a barro mojado que ella tenía en las manos. Pero cuando nos levantábamos asustados que se quemaba el pan era otro olor que teníamos”.


V

Gregorio Martínez sabe que la luna pesa duro y que siempre está fría. Así las cosas, no se deja embriagar por la cacofonía imperial y diz que revolucionaria de los que cotidianamente te dicen: “desarrollo” en vez de veneno de alacrán, “dios” por escupehombres, “sol” a la bomba de hidrógeno. Gregorio Martínez, lúcido, grita que nada de lo bello es cierto, todavía.

“Por los alacranes más era el miedo porque de morirse uno no se muere así tengan cerdas y parezcan hechura del demonio. En cambio con los acerillos era para cuidarse de lo más bonito porque ahí no valía ni comerse la caca de uno mismo calientita ni cualquier otro remedio”.


VI

Un último abrazo. Martínez ha conseguido lo que pocos logramos: escribir sin máscara, llegar hasta la zona sagrada de la objetividad sin más pasaporte que su talento y esas maneras de hablar de sí mismo como si se tratara de los olvidados. De todos los olvidados. De eso se trata.

Columna: Crónicas (casi) secretas
Diario Correo
19 de setiembre de 1976