Alianza en mi corazón



Sí, ya sé que esta noche estoy con ustedes para comentar, aunque sea en parte, este magnífico volumen que sus autores –Luis Millones, Aldo Panfichi y Víctor Vich- han dado en llamar: El corazón del pueblo / Pasión y gloria de Alianza Lima 1901-2001, y que constituye el homenaje que el Congreso de la República rinde al club victoriano por sus cien años de vida.

Se supone pues, que yo debería referirme a los siete acápites o capítulos que, incluyendo una pequeña biografía de Teófilo Cubillas nos adentran en la crucial pero también redentora historia del equipo de los negros del Perú. De eso, se supone, debería hablar; pero no...

Es que acepté el encargo con mucho temblor y es que temía que toda la sangre africana que llevo dentro de mí, empezase a hervir y me trasladase a esa ciudad minúscula a la que no voy a volver nunca jamás y que tiene algo en común con el Paraíso, porque de ella también fui expulsado: la infancia y el paisaje maravilloso que trazaban los queridos negros de mi Alianza Lima.

Sí, algunos capítulos de este libro que no puedo comentar académicamente, confieso que, me han llevado de vuelta a La Victoria de mis mejores años, y allí, otra vez, he vuelto a beber del agua de la vida y he visto paisajes, hasta ayer, indecibles. Sí, después de enlazarme con la peluquería, el cine Lux, el café del japonés, la puerta abierta y la escalera del club, estoy aquí con ustedes y con los ojos más grandes, inmensos, seguramente porque he visto a don José María Lavalle, pañuelo en mano, bailando a los blanquitos para luego meterse en su camión y perderse por Manco Cápac.

Y don Cornelio Heredia“El Brujo”, ¡qué elegante ese chinchano! decía mi mamá, recibiendo el abrazo de Mario Lobatón, luego del penal perfecto; mientras de chalaca, “El León de José Diaz” don Guillermo Delgado sacaba de la línea de gol ese patadón con efecto de Miguez, el pelao de Peñarol.

¡Las cosas que he visto hermano! A don Félix Castillo, que no morirá nunca, riendo porque después de haber corrido como el mejor pura sangre, Río Pallanga, se ha metido hasta el arco del flaco Suárez y el gringo Fleming ni lo ha visto pasar... Y “María Bonita” se ha puesto a cantar, con perdón de Agustín Lara, el gol, de esos que le duelen al enemigo, de 40 metros, de don Emilio Salinas que ahorita desde acá debe de llegar hasta Santo Cristo...

Y sin previo aviso, y para celebrar ese otro gol de cabeza de don Roberto “Chupón” Castillo, llegó de Italia, después de cenar con la Lollobrigida, el mejor jugador peruano del siglo XX: don Víctor Benítez. Y yo , aunque chiquito, me he metido entre el gentío para hacer lo nunca antes visto: sacar en hombros del estadio José Díaz, como a un torero en la Plaza Maestranza de Sevilla, a un joven futbolista, “El conejo” Víctor Benítez, el día de su debut.

Fue antes de ayer, el sábado, quiero decir... Y ese niño de ojos desmesurados que fui, que no sintió nunca a la patria a la hora que los pobres maestros y sus textos de pacotilla la vinculaban con discordias de gente uniformada... una noche de verano, después de un “latigazo” de don Óscar “Huaquí” Gómez Sánchez sobre el ecuatoriano Bonnard; ese niño del que les hablo, esa noche regresó a su casa caminando y cantando, feliz porque por primera vez en su existencia había sentido a la patria, aquí, en su corazón...

Y ese niño que les narra su milagrosa experiencia barrial sabe, -porque los espíritus que lo acompañan nunca mienten, al revés de muchos políticos y dirigentes de fútbol- que esos muchachos enfundados con la blanquiazul: Teódulo Legario, “El Cholo” Paredes, el doctor Félix Fuentes, Carlos Gómez Sánchez, Garrido, Goyoneche, Gerardo Arce, Carlos Lazón, Pedraza, Cotito, Varguitas, Manuel Grimaldo, Juan De la Vega, don Adelfo Magallanes y el maestro Juan Joya; se dieron cita en la cancha, para que el buen “Chino” Pepe, junto a los pobres de siempre, los albañiles, los obreros, los negros sin trabajo y los niños más humildes y sus madres, pudiesen saborear el pan de la alegría y la felicidad, aquello tan difícil en un país desgarrado, miserable, racista e injusto como el nuestro. ¿Cómo, entonces, pagarles esa deuda a esos muchachos? Y ya no quiero, para evitar estragos, hacerme más preguntas. Les ruego me disculpen. Muchas gracias.


Lima, 14 de octubre de 2002
Hemiciclo Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República