Jorge Salazar: El periodismo, en dos mil palabras.


Por Julio Villanueva Chang

Su flacura tiene el misterio de la muerte: ¿cómo el fundador de la primera cátedra de gastronomía en el mundo, en la Universidad San Martín de Porres, puede cocinar divinamente y tener un cuerpo tan mortal? Ex miembro del Scotland Yard Dictionary, un club que reúne a los apasionados por casos criminales de todo el mundo, Jorge Salazar ha tenido una sola avaricia: "No he perdido el tiempo haciendo dinero. Sé que esta copa de la que bebo vino va a durar más que yo. Sólo he sido un curioso para, al final, no saber nada", dice casi disculpándose, y su vida lo presenta como un moderno hombre del renacimiento: desde rebelde con causa y bailarín de ballet hasta actor de cine en películas de Bud Spencer y Terence Hill y un intrépido viajero.

Los ingleses fueron los primeros en enterarse de que no había que ser pobre ni ignorante para ser delincuente...
Sí. Por ejemplo, los primeros homicidios de este siglo fueron cometidos por médicos, como Harvey Crippen, y, a fines del XIX, entre los sospechosos de ser 'Jack El Destripador' había un duque y un noble play boy. Creo que las motivaciones criminales obedecen más a una carencia de amor y de afecto.

La gran ciudad se convirtió en un sinónimo de refinamiento, pero no sólo del bien sino del mal...
Sí, y eso se nota con la aparición de Jack, que usa técnicas quirúrgicas para hacer su trabajo con mayor perfección. No es una coincidencia que en el Perú los grandes homicidios de las tres primeras décadas del siglo hayan sido cometidos por extranjeros: el caso de 'El dedo acusador', en el que la policía halla el anular derecho del asesino (el chino Enrique Wu) junto al cadáver de su paisano Adolfo León, quien se lo había arrancado a dentelladas en el forcejeo. También el poeta Leonidas Yerovi asesinado por un chileno, y el 'Descuartizador del Hotel Comercio' fue español como su víctima. Yendo más allá, una de las razones del célebre duelo entre 'Tirifilo' y 'Carita' es la envidia que 'Tirifilo' siente por este cruce de zambo y rubio, que fue hijo de un marinero americano. Cuando 'Carita' lo acuchilló, más que el zambo o el indio, le salió el gringo.

No hemos disminuido esa fascinación por enterarnos del crimen...
Porque siempre hemos sentido fascinación por la muerte, que es un misterio permanente igual que el sexo. Todo lo que de alguna manera nos ha sido prohibido provoca excitación en el ser humano y los grandes misterios son Dios, el tiempo y la muerte. Y por supuesto la propia vida.

¿Hubo algún crimen perfecto?
Abundan personajes que han buscado el crimen perfecto. En los años 20, cuando estaban de moda el filósofo Nietzsche y su búsqueda del superhombre, dos aristócratas norteamericanos, Richard Loeb y Nathan Leopold, talentosos estudiantes de física y filosofía, matan a un adolescente con el único fin de probarse muy inteligentes y capaces de poner en jaque a un cuerpo policial. Pero son descubiertos. Estadísticas de países desarrollados nos dicen que un gran porcentaje de los homicidios y de los crímenes en general no son resueltos. Y claro, los muertos no hablan.

Los crímenes cometidos en el Perú y en Inglaterra son como la distancia entre Lima y Londres...
Sí, es la diferencia entre lo sofisticado de la industria del primer y el tercer mundos: mientras en los años veinte en Chicago mataban por un desafío intelectual, en Lima los homicidios son, sobre todo, pasionales y el escenario preferido son las cantinas. Hay una tremenda relación entre criminalidad y desarrollo. Así como se progresa en las ciencias sucede lo mismo con la técnicas criminales, particularmente en Londres. Lima es apenas una aldea: diez años después de que el anarquista polaco Czolgosz muriera en la silla eléctrica por haber asesinado al entonces presidente de los Estados Unidos, Mc Kinley, en la Lima de 1910 los delincuentes que asesinan al usurero español Miguel Orueta fugan en mulas. Esa es la distancia.

Felizmente. Por eso esperamos mucho para tener nuestro primer asesino en serie, el personaje de su novela 'La medianoche del japonés'...
La precariedad de la policía peruana es lo que a veces invita a la búsqueda del crimen perfecto: me sigo preguntando si Mamoru Shimitzu fue realmente el asesino. Aún dudo de que un solo individuo haya sido capaz de matar a siete japoneses en dos habitaciones. Creo que él se autoinculpó para salvar el honor de su colonia.
¿Hubo relación entre las guerras y el crimen?
Una de mis tesis es que la Primera Guerra Mundial introdujo al mundo del crimen una novedad: en la primera línea de los Estados Unidos estuvieron los italianos, que eran entonces ciudadanos de tercera categoría. Cuando regresan, no les duelen las ametralladoras y se entregan a la criminalidad. El homicidio alcanza niveles múltiples: entra un tipo a un banco, mata a nueve, y es italiano. Su progreso es el gangsterismo de Al Capone, quien, con sus ametralladoras, va a librar a la policía de toda una plaga de protesta generalizada después de la depresión de 1929. Capone cumplió una función que jamás sale en las películas.

¿Hay en este siglo alguna sociedad más sangrienta y demente que la norteamericana?
No lo creo: en Estados Unidos se ha industrializado la muerte. La historia demuestra que desde Billy the Kid esta nación se construye con individuos armados de pistolas y se les recuerda como héroes. Las últimas masacres de adolescentes no nos sorprenden. Aunque hubo un tiempo en que Alemania estuvo peor, antes del ascenso de Hitler al poder, entre el 20 y el 30. Fue una de las secuelas de la Primera Guerra Mundial: hubo un asesino, Friedrich Haartmann, que mató a más de sesenta personas y con placa de policía. Hijo de esta época fue también 'El Vampiro de Dusseldorf'. Pero antes, en la Francia de 1914, se crió uno de los criminales más grandes de este siglo: Henri Desiré Landrú, un Barbazul que daba amor y muerte a las viudas. Fueron oficialmente once mujeres, pero se cree que fueron más de cien. Landrú no fue a la guerra, pero se quedó matando.

¿Y los crímenes políticos?
Casos como los de Hitler, Stalin y Abimael Guzmán tienen que ver con el fanatismo y la religión: el que se opone muere. El hombre que pierde la razón no sólo es un loco. También puede ser un fanático, porque ya no piensa sino cree. A veces confundimos la anarquía con el nihilismo: el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, que desataría una guerra mundial, no responde a una idea de una Croacia libre o a una Serbia en mejores condiciones con Austria, sino a un impulso nihilista, es decir, al de aquellos que lo quieren destruir todo porque no tienen nada ni esperanza de tener nada.

Hay fanatismos en menor escala, como el inspirado por Charles Manson...
Es otro de los asesinos del siglo, junto a Landrú y la pareja de Brady-Hinley. Tal vez Manson fue el más brutal: mata a más de una treintena, entre otros, a Sharon Tate, la esposa del cineasta Roman Polanski. Este hijo abandonado y violador de niños de reformatorio logró encontrar a unos adolescentes sedientos de un guía paternal. Además de causar el horror de una época revolucionaria en todo sentido, con Manson empieza a desprestigiarse el movimiento hippie que pregonaba la paz: vivían en familia tipo comuna, fumaban marihuana, hacían el amor libremente, comían los que les daba la naturaleza.

Hay magnicidios aún sin resolver...
Detrás de estos casos -Kennedy y Juan Pablo I, probablemente el de Marilyn Monroe e incluyo también el de Banchero- coinciden el chantaje por el poder político, el dinero y el sexo. El asesinato de Sánchez Cerro se puede explicar de otra forma: hay masas que pueden ser cohesionadas a costa de la sangre de alguien. Era un tirano que se había ganado el odio, especialmente del Apra, y su asesinato sirvió para cohesionar a sus militantes. Eso había sucedido con Jesús y los cristianos.

Pero también ha habido asesinos carismáticos: Bonny y Clyde...
Sé que en New Orleans hay una señora que guarda celosamente un mechón del cabello de la rubia Bonnie heredado de su abuela, que lo había arrancado en los años 30. También hay simpatías políticas por ciertos asesinos: González Prada recuerda que en Lima hubo un homenaje de los anarquistas al polaco Czolgosz por haber matado al presidente Mc. Kinley. O simpatías meramente sexuales, como las que inspiró Theodore Bundy, ese guapo asesino que terminó casándose con una de sus cientos de admiradoras que le enviaba cartas a la prisión. Tatán fue un invento del diario La Crónica, y Poggi mata para ser noticia.

La relación entre crimen y castigo ha sido muchas veces injusta...
Para empezar, creo que la pena de muerte no es un ejemplo para nadie, porque los índices de violencia y criminalidad se han elevado. Lo que sucedió con el presunto 'Monstruo de Armendáriz', Jorge Villanueva, fue una injusticia. ¿Cómo se puede reparar una vida humana?

Julio Ramón Ribeyro escribe un relato estremecedor sobre Akito Kamura, un estudiante japonés de La Sorbona que mató a una compañera holandesa. Hubo asesinato, necrofilia y canibalismo en una sola noche. La justicia francesa lo declaró inimputable.
Lo primero que la gente se pregunta es: ¿cómo un hombre culto, un japonés que estudia literatura comparada en una de las mejores universidades del mundo, pudo haber cometido un crimen así? La lectura sobre el valor de la vida es diferente en cada sociedad: por ejemplo, si se muere un viejo esquimal, la familia come algunas de sus partes y emigra con la creencia de que se van con él. Los franceses creyeron que Kamura estaba loco, pero no lo estaba. Los ancestrales ritos de muerte en Japón son absolutamente incompresibles para occidente: tú le pides a tu mejor amigo que te atraviese con un sable y que te corte la cabeza después.

¿Qué relación hay entonces entre intelecto y crimen? Porque fueron asesinos el poeta Chocano y el psiquiatra Sigisfredo Luza...
Tenemos que dudar de la formación humanista de ambos porque a última hora les ganó la barbarie, y la lucha de la civilización consiste en que nuestra educación nos aleje de ella. Lo del psiquiatra fue un triángulo amoroso: Luza mató al amante de una de sus pacientes y de él mismo, luego fungió de demente para terminar, paradójicamente, como orientador de la conciencia nacional siendo asesor de diferentes gobiernos.

Otro caso extraño es el de Víctor Apaza, ese arequipeño que mató a pedradas a su esposa porque soñó que lo engañaba. Ahora es un santón popular...
Tiene que ver con los cristianos primitivos, en su versión judaica, que son muy duros con la mujer. No hay que olvidar que Jesús detiene las manos que quieren apedrear a una adúltera. Apacita puede ser visto como un justiciero. En el fondo, es el machismo, en su mayor crudeza, aplaudido por las propias mujeres devotas.

¿Después de tan malos recuerdos, qué futuro espera?
Quisiera que ya no existan homicidios, abandonar la crónica negra. Me encantaría quedarme sin chamba.

Foto: Sergio Urday

Diario El Comercio, lunes, 14 de junio de 1999.