Conversando con Sánchez: Max Hernández y Jorge Salazar

Jorge Salazar.- Muy buenas noches y muy agradecido. Antes que nada, debo decir que esta noche me siento tremendamente complacido de estar aquí. Fundamentalmente, porque lo estamos para recordar a alguien de quien fui adversario en una primera etapa –como les consta a algunos compañeros aquí presentes- y que terminó siendo mi amigo y maestro entrañable. Ahora bien, yo quisiera –pese al orden que se debe tener en este coloquio- cederle la palabra a Max Hernández, para que explique qué es lo quiero decir. Yo, particularmente, conozco a Sánchez desde 1975. Es una amistad entrañable aunque un poco corta. Conocí a Sánchez en los años 60 cuando ingresé a San Marcos. Sin embargo, nuestra amistad, esa cotidianidad compartida, data del año 1975 y tuvo comienzo en una llamada que Max, mi viejo compañero, hizo a mi casa. Por eso, lo dejo en el uso de la palabra.

Max Hernandez.- Muchas gracias al Congreso de la República, al Instituto Luis Alberto Sánchez. Empezaré diciendo que celebrar a Sánchez, en este hemiciclo, es un honor. Sin embargo, Sánchez y Porras estarían más contentos si esto hubiese sido el Senado de la República. No quería dejar de decir esto. Bien, ya que Jorge Salazar ha tenido la gentileza –vulnerando como siempre los órdenes preestablecidos- de dejarme el inicio de lo que probablemente va a ser en algún momento un diálogo, seré bastante breve. Me permitiré hacerlo en clave personal para lo cual he ubicado tres momentos de mi relación con Sánchez.
Luis Alberto Sánchez

El primero, el más antiguo, no fue una relación directa con él. Ocurre que dos personas cercanas a Sánchez, Don Ismael Biélich Flores -abogado de la familia- venía ocasionalmente a mi casa siendo yo bastante pequeño. Al conversar mencionaba el nombre de Sánchez, el cual también estaba en algunos libros de la noble, surtida y, por momentos, temerosa biblioteca familiar. Y digo temerosa, porque cuando yo era joven no se vivía una situación democrática. Por lo tanto, guardar ciertos libros siempre era algo que a una familia pequeño burguesa como la mía, la llenaba de sobresalto. La otra persona que le tenía mucho afecto a Luis Alberto Sánchez, era un pariente político mío, un concuñado de mi madre, Carlos Roldán Seminario, a quién, en su muerte, Sánchez dedicó un bello artículo que recuerdo mucho. Roldán también hablaba de Sánchez, aunque estaban en tiendas políticas distintas.

Después lo conocí en San Marcos, universidad a la que voy a describir con tres palabras tomadas directamente del propio Sánchez: “Ese San Marcos alaraquero, liberal, laico”. Yo había ingresado en 1955, año de gran agitación. El año 1956 salí del Perú. Estuve fuera un año durante el cual hubo un receso en la facultad de medicina, en pre-médicas. Me enviaron mis padres para afilar mi vocación de cuchillero, ya que este era el oficio de ellos en una tienda en el Jirón de la Unión.

Regresé a Lima en 1957 (Sánchez había regresado hacia el 56) y recuerdo que en 1958 compré en el Jirón de la Unión ese libro que ha comentado tan bellamente Miguel Marticorena: Perú. Retrato de un país adolescente. Me impresionó mucho que en la primera página citara un poema de T. S. Elliot, “Westland” donde decía: “Aunque no espero volver / aunque no espero volver a regresar”; y añadía él, “pero he regresado”.

Bueno, leí este libro y me impresionó bastante por la cosa polifónica, plural, de país adolescente. Pero me encontré con que entré a la lucha universitaria y fui electo no por la facción que estaba en aquel momento de lado del partido político de Luis Alberto Sánchez. Yo también era su adversario político. Fui presidente de la Federación Universitaria de San Marcos, de fines de 1959 hasta mediados de 1962 y Luis Alberto Sánchez tuvo su segundo rectorado a mediados de 1961. Quiero hacer un breve comentario sobre esto.

En el Consejo Universitario, el Rector se sentaba en un extremo de la larga mesa y el Presidente de la Federación Universitaria, se sentaba al otro extremo de la mesa. Yo me encontraba pues entre dos Sánchez: el Sánchez en persona, y el Sánchez del retrato de Felipe Cossío del Pomar, que Luis Alberto había tenido la audacia de poner en el Consejo Universitario, en medio de tantos señorones vestidos de negro. Ese Sánchez, parecía emerger de un fondo rojizo que parecía más bien salir de algún infierno, al que el tenía particular pasión. Al parecer, prefería esto que estar enmarcado en la solemnidad del claustro.

Claro, tuvimos: muchas discrepancias, pero una gran coincidencia: la defensa del cogobierno en la facultad de medicina. Durante el cogobierno, lo visité muy frecuentemente. Él se refiere a ello con una acidez particular. Dice: «Los delegados estudiantiles mostraron como suele ocurrir en tales casos, una actitud ambivalente y nada leal. (Esto no me gusta pero tengo que leerlo). Mientras hubo peligro, capitaneados por Max Hernández y Antonio Meza Cuadra, me atormentaban con sus visitas, solicitudes y su. inevitable y ubicua presencia. Apenas tuvieron la certeza de nuestra victoria se volcaron contra mí, especialmente Meza Cuadra, a quien ...» etc., etc., Sánchez plantea que algunos de estos estudiantes buscaron puestos y prebendas en la facultad de medicina, a la cual, debo responder, jamás he tenido el honor de pertenecer, salvo como estudiante, porque nunca he sido profesor de esa facultad.

Pero lo digo y me adelanto a lo que estaba por decir, porque con Sánchez tuvimos una relación muy curiosa. Yo veía en el al limeño Viejo y socarrón. Me hacía acordar cosas de mi padre: las frases mordaces, la generosidad con los amigos, la invectiva para con los enemigos, la simpatía, la cosa profundamente ingeniosa y esa sensación de que con el diálogo, todo era posible.

Recuerdo que deje” la Presidencia de la Federación Universitaria. Vino el golpe de Estado, al que, por una tozuda vocación también compartida con Sánchez antimilitarista, me opuse y, mas o menos, desaparecí de la escena. Sin embargo, recuerdo que leí un articulo; no, un discurso de Sánchez que me conmovió muy profundamente, porque también hablaba de un momento muy particular de la historia del siglo pasado de nuestra patria. Es el discurso en el que se refiere a su generación y dice que a unos les tocó ser yunque y a otros les tocó ser martillo. Fue muy duro pero al menos sirvió para algo. En el proceso se pudo ver quienes eran de acero y quienes de hierro dulce.

Bueno, así las cosas, a mediados de 1966, cuando Sánchez era electo Rector por tercera vez -en esa relación que Miguel Maticorena ha calificado de noviazgo, matrimonio, viudez, desencanto, y vuelta de amor- yo me ausenté por varios años del país. Me ausenté justo en esa mitad del año 1966 y volví a principios de 1974. Recuerdo que yo no entendía mucho a mi país en ese momento porque había salido a un proceso psicoanalítico que me cambió. Regrese a un país muy cambiado. Eran los años del gobierno militar y recuerdo que fui a visitar a Sánchez en su estudio. Había ido con mi padre al café del yugoslavo que probablemente mucha gente de la época todavía recuerda. Estaba en la calle Jesús María. De allí me pasé al estudio de Sánchez, a preguntarle que pensaba de esta revolución que vivía el país. Tuvimos una larga, larga conversación. Me planteó su irrenunciable pasión por la libertad, su credo democrático y la distancia que tenía con respecto a las cosas que en ese momento estaban ocurriendo. Luego, deje de verlo.
Jorge Salazar y Max Hernández

Por aquel entonces, Coco Salazar me acogía en su casa porque yo había tenido uno de esos problemas que Sánchez tenía con la Universidad, pero en mi caso era con mi ex mujer. Tuve que ir a la casa de Salazar a buscar refugio por algunos meses. Así, pues, viviendo en casa de Coco, leí un articulo de Sánchez en Caretas, sobre un libro que Jorge Salazar y Alaín Elías habían escrito. Se titulaba Piensan que estamos muertos. Entonces le digo a Coco: «Oye Coco, ¿por qué no llamas a Sánchez?». Coco me dice: «¡Hombre, pero si yo he sido tan opuesto a el!» «Pero oye -le respondo- la crítica es muy interesante, muy respetuosa y muy generosa». Y un poco que animé a Jorge a que llamara a Luis Alberto Sánchez.

Jorge lo llamó y al par de días, Sánchez estaba viniendo a casa de Jorge a comer. Luego de eso, hubo una serie de reuniones en las cuales participaron, creo también en alguna de ellas, Ricardo Letts, Mario Vargas Llosa y otros amigos que llegaban allí a conversar de todo y caían subyugados por el encanto de la conversación de que Sánchez era capaz.

Yo recuerdo una cosa que era maravillosa en su síntesis. Un día le digo a Luis Alberto: «¿Por que fulano -no voy a decir quién- lo odia de tal manera?». Sánchez me dijo: «Es que alguna vez le hice un gran favor y sigue creyendo que se lo infligí». ¿Quien era este Sánchez? Comencé a revalorarlo y leí nuevamente Perú. Retrato de un país adolescente y pensé -como pienso ahora- que era muy importante esta Visión, más bien plural, polifónica y multicultural diríamos ahora, que una Visión cerrada.

Le comenté a Sánchez, como le había comentado también a Aurelio Miró Quesada, mi intención de escribir algo sobre el Inca Garcilaso de la Vega. Sánchez me animó muchísimo. Marlene Polo sabe cuántas veces me jaló la oreja porque me demoraba muchísimo en escribir este libro. Al final no me creía. De manera que cuando le llevé el libro impreso, bastante tarde, se alegró muchísimo y me dijo: «Oiga como usted sabe tanto ya de Garcilaso y nunca va escribir esto, lo invito cuando menos a que vaya al Cuzco a que presente la revisión de mi libro sobre Garcilaso. El Primer Criollo».

En esa epoca tuve ocasión de verlo bastante seguido. Fue para mí enormemente importante. Quiero decir que, en cuanto a su visión del Perú, ha sido esta Visión mas polifónica que sintética; en cuanto a su método, más aristotélico, en el sentido de una «frónesis», que epistémica en el sentido unitario y jerárquico platónico. Para mí Sánchez, sigue siendo aquel hombre con que nos peleamos muchas veces, con quien discutimos frecuentemente en el Consejo Universitario y en quien, sin embargo, al final de su Vida, pude frecuentar y reconocer a un limeño, a un criollo, a un universitario, a un republicano y a un Parlamentario que realmente nos ha dejado una hermosa lección.

Todo esto, en parte, se lo debo a esa llamada que insté a hacer a Coco quien, probablemente, pueda decir algunas cosas mas sobre esas charlas tan simpáticas y amenas que teníamos con Sánchez. Creo que este modo coloquial, es realmente el mejor homenaje que pueda hacerle a Luis Alberto Sánchez. Donde estés Luis Alberto, mis respetos.

Jorge Salazar.- Yo le había preguntado al maestro por que había sido tan generoso de escribir ese comentario sobre lo que Alaín Elías y yo considerábamos que había sido esa tremenda tragedia: uno de los primeros levantamientos marxistas-leninistas del Perú en Puerto Maldonado. Como ha dicho Max, nosotros habíamos escrito un libro que se llamó Piensan que estamos muertos y Sánchez había sido muy generoso, no solamente con nuestra ideología sino también con este gesto heroico que, de alguna manera, le hacía recordar a los de sus viejos compañeros de Trujillo.

Pero, a pesar de todo eso, había una distancia. Yo había sido delegado estudiantil y siempre estábamos en tiendas opuestas. Para mí el día que le llamé, a instancias de Max, me asombró que este señor Sánchez, a quien habíamos atacado tanto y nos había devuelto los ataques de la misma manera, hubiera escrito una cosa tan generosa en torno a nuestro libro. Max insistió: « ¡Llámalo! ¡Llámalo! ». Y yo llamé. Fue un coloquio bastante corto, largo, no recuerdo. El asunto es que Sánchez vino a la casa a comer y me dijo: «Yo se que usted cocina (porque Sánchez se enteraba de todas la cosas que uno hacía, yo no sé cómo se enteraba, pero él se enteraba de todo). Bueno, Vino a la casa y un poco como que se instaló. También venia Mario Vargas Llosa (estoy hablando de Mario Margas Llosa de los años 70 que yo había conocido en Barcelona). El día que Max volvía, me lo había presentado. Entonces, Sánchez llegó y se enteró un poco de la forma en que vivíamos nosotros, que éramos más o menos profesionales; profesionales jóvenes. Entonces Sánchez nos dijo algo que sólo ahora lo acabo de escribir: «Más allá de ideologías o edades, yo siento mío, míos a los que cultivan como yo ese atroz oficio de escribir y de pensar».

A la casa también venia Antonio Cisneros; también asistía la propia Chabuca Granda que estaba justamente conversando mucho con Alaín para hacer esa canción que ustedes creo conocen «Las Flores buenas de Javier». Y era emocionante que este viejo señor, que era 40 años mayor que nosotros, estuviera hablando. Porque yo, igualmente, creo en aquellos que investigan; en aquellas personas interesadas, como Max, en la identidad peruana. Creo asimismo, que Sánchez identifica como nadie a Lima, esta Lima que tiene este tremendo regusto por la palabra. Eso era Sánchez, un hombre con un tremendo regusto por la palabra, por el hablar, por el contar; pero también por el escuchar. Sánchez escuchaba y hablaba; hablaba siempre. Sabíamos que era un pozo de experiencia y, por ello, también hablaba y mucho sobre el que había sido en otro tiempo.

Hemos conocido a un Sánchez referido, en esos tiempos, a una infancia sorprendida por el escándalo. Es decir, nos contaba, por ejemplo, cómo le había sorprendido el ver las pantorrillas de las chicas de la Compañía Velasco, esa Compañía de Zarzuela. Asimismo, Sánchez hablaba de la minifalda. Sin embargo, a la vez, Sánchez recordaba a Sánchez, al adolescente sorprendido diríamos. Volvía a ser ese tipo que visitaba el Hotel al que llamaba «templete de amor mercenario».

Tenía memoria para todo, sobre todo para todas. Como bien lo ha dicho Miguel Maticorena, Sánchez, de alguna manera, era un permanente calificador de su ciudad, de esta Lima. Todavía suenan en mis oídos palabras como «imperturbable». Para él, Lima era imperturbable; para él, era mendiga; pero Lima también era prodigiosa. Sánchez conocía todo el brillo de la ciudad, él hablaba del brillo. Eso era Sánchez.

Mi vida con el APRA, en la Universidad, se contrapuso siempre. Sin embargo, paradójicamente se parecen. Son historias de vida o muerte; plenas de momentos de dolor o felicidad, intensos y violentos. Les estoy contando cuestiones absolutamente vivenciales. Yo no vengo a hablarles de política. Vengo a compartir el vino y el anochecer, a olerlo con ustedes. Eso era Sánchez. Por ejemplo, Sánchez nunca me vio. Yo lo conocí el año 1960, o sea, nunca pudo verme porque, como ustedes saben, ya había perdido la vista. Sin embargo, el doctor me conocía. Por ejemplo, yo soy bebedor de agua, bebo mucha agua, mucho café y él me decía. «Jorge, yo sé que usted proviene de generaciones sedientas». Con ello hacía alusión a que mi padre era hijo de árabe.

Eso de que le dijeran «zorro» puede ser muy sinuoso, decía. Nunca le gustó. Esto va para sus compañeros: Nunca le gustó que le dijeran «zorro». No le gustaba, consideraba que eso era muy sinuoso, muy pobre, muy pobre el homenaje que le hacía.

Una vez vino un poeta escritor conocido. Sánchez me preguntó quién era. (Cuando Sánchez venía a mi casa, venía bastante gente al servicio de él. Por eso, yo le preguntaba: «Doctor ha venido tal persona ¿puede entrar?). En este caso él me respondió: «No, no puede entrar. Yo puedo ser canalla porque soy viejo, pero un joven no puede cantarle a la dictadura».

Múltiples miradas de Luis Alberto Sánchez sobre el Perú contemporáneo, (Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2002)