A mí mismo me observo masacrado

Jorge Salazar

Pier Paolo Pasolini

I
El cadáver de Pier Paolo Pasolini está enterrado, detrás de unos cipreses. En una sepultura sencilla yace el hombre que hasta hace un año era considerado el creador cinematográfico más personal que Italia haya producido, quizás con excepción de Rosellini. Hace un año terminó para siempre la vida del poeta que mejor supo llevar al cine las llagas de la sociedad de nuestro tiempo. Uno de los pocos que pudo manejar la cámara con la navaja al cuello.

II
Formalidad. La prensa dijo que fue un muchacho de diecisiete años −Giuseppe Pelosi− quien mató a Pasolini. A un año de su muerte, yo no lo creo así. Y no miento, ni aventuro diciendo que Pasolini se suicidó sirviéndose de él. Pelosi, hijo de un hogar humilde, es semianalfabeto pero gusta de la serie de comics "Escuadrilla temeraria", fuma cigarrillos negros y "si hubiese nacido en Estados Unidos, sería Marine".

III
Como tantos miles de jóvenes italianos, Pelosi debe de ayudar al sustento de la familia. Pero ya se sabe, no hay muchas vacantes en Italia. Así las cosas, instala su joven cuerpo en la calle. Prostituto. Uno más.

IV
¿Quién puede decir que ese infeliz desposeído que vaga a ciegas por las empedradas calles romanas, sea un asesino? La gente cercana, los amigos de Pasolini, a un año del drama de Ostia proclaman que de haber vivido Pasolini hubiese dicho Pelosi no, él es la otra víctima. Y no hay ninguna irreverencia.

V
A menudo olvidamos que la muerte forma parte de la vida y así como amamos a ésta, añoramos la otra. Sin escandalosas pretensiones, debo decir que tampoco he creído que Pasolini fuese ateo. Al contrario, al buscar permanentemente la muerte, buscaba la salvación, a Dios. Casi diría que anhelaba encontrar a su asesino, tanto como otros anhelan entrar al Paraíso y ver el rostro de Dios. Y es sabido: El que ve la cara de Dios, muere.

VI
Lo dije alguna vez, tuve la fortuna de conocer a Pasolini en el domicilio londinense de un peruano eminente, psicoanalista, para más señas. Allí, Pasolini, repetía que que se sentía muy cercano a nosotros, un mestizo, no de indio y español; sino de violencia y ternura. Pensaba que, particularmente los peruanos, vivíamos en un debatir constante. Puso como ejemplo a Garcilaso Inca de la Vega. Se imaginaba la terrible tragedia que cargaba un ser que era y no era. Un día toro, otro día, torero. La muerte: una liberación. Para el toro y para el torero.

VII
La muerte, esa búsqueda constante, le sirvió para apagar la sed de libertad que lo consumía. Nos contaba algo ya sabido: escapaba en la noche a los barrios bajos, a esos lugares donde la policía teme entrar. Para desafiar el peligro, se mezclaba con los drogadictos, las prostitutas, los homosexuales. Compartía con ellos los horrores que la sociedad tiene reservados para sus hijos más pobres.

VIII
Admirador acérrimo del hombre Jesús, su Evangelio lo dedicó a Juan XXIII. El pecado era una forma de buscar la salvación. Cuanto mayor era el pecado, decía, más profundo será el regocijo liberador del que debe perdonar. No, no había misticismo, eso y más es el hombre. Marxista confeso, tenía sus propios métodos. La política no es el arte de machacar al oponente corno si fuese un diente de ajo, sino la ciencia de estar serenos, comprender, amar...

IX
Pasolini no tuvo tiempo de contestar a sus enemigos, sin embargo los conocía y hasta los amaba. Si leemos estos versos suyos (recientemente traducidos por un común amigo) notaremos que estaba preparado para el último fin:
Trabajo todo el día como un monje
Y la noche dando vueltas como un gato techero en busca de amor.
Propondré a la curia que me hagan santo.
Efectivamente: respondo a la mistificación con la mesura
Miro con el ojo de una imagen
a los designados para el linchamiento.
A mí mismo me observo masacrado
con el sereno coraje de un científico.
Doy la impresión de sentir odio y en cambio escribo
unos versos llenos de puntual amor.
Estudio la perfidia como un fenómeno fatal,
casi corno si no le fuese objeto.
Tengo piedad por los jóvenes fascistas
y a los viejos, que considero formas
del más horrible mal opongo solamente
la violencia de la razón.
Pasivo como un pájaro que ve todo volando,
y lleva en el corazón, en el vuelo, al cielo
la conciencia que no perdona.
X
Un año hace ya de la muerte del poeta que repetía que la tarea del artista no era otra cosa que la defensa de la de vida con dignidad. Un año de la muerte del hombre que confiaba que el último de los rufianes, el último de los delincuentes se salvaría del fango gracias a la magia de una nano extendida con amor. Un año de la partida del valiente que escogió su muerte. Y su cuchillo.


Diario El Comercio, Editorial, 11 de noviembre de 1976
Columna La calle sí, la calle no