Vivir para contarla

Por Juan Gargurevich



El periodismo gonzo propone ir más allá de la cobertura rutinaria para descubrir historias que resultan invisibles ante los ojos de los lectores habituados. En 1992 Consuelo Chirre salió a la avenida Arequipa por varias noches aparentando ser prostituta. Sus historias fueron publicadas en el diario La Tercera.

Yo fui p...

 La idea fue de Jorge ‘Coco’ Salazar, renombrado cronista policial.

Ya son pocos los jóvenes periodistas que eligen la crónica policial como especialidad. Los que se deciden por esta antigua manera de hacer periodismo -que antes disfrutaba de tal popularidad que todos los periódicos le destinaban páginas especiales- tienen la obligación de leer los libros de Jorge Salazar, cronista de leyenda.

Era un experto en los temas que abarcan aquellas secciones que hoy ya no tienen lugar preferente. Crímenes, secuestros, prostitución, explotación de menores, el popular Coco Salazar conocía todo lo sórdido y formaba parte de una pléyade de “policiacos” en que descollaban Juan “Gato” Marcoz” y Carlos Ney Barrionuevo, de “La Crónica”, Ernesto Chávez de “Expreso”, el gran Emilio Bobbio de “Ultima Hora” entre muchos otros.

El oficio de reportero policial se mezclaba con obligadas noches de bohemia que por lo general compartían con los entonces policías de investigaciones, los “PIPs” cuya amistad era indispensable para el oficio. Sin un buen datero en el interior del mundo del crimen, el oficio de periodista policial era impensable.

Transitó por varias redacciones y en 1992 estaba en el agonizante “La Tercera”, antiguo vespertino del venerable tabloide “La Crónica”, el fundador en 1912 del periodismo sensacionalista criollo.

Allí se le ocurrió que la reportera Consuelo Chirre, una guapa morena que atraía miradas de los coleguitas, podría emular al inolvidable Montoro y le propuso la aventura de “Yo fui p…”.

Consuelo Chirre aceptó con emoción y se armó un equipo: un reportero gráfico, un redactor que la seguiría con discreción, muy de cerca por si alguien se propasaba y un chofer que los trasladaría y daría vueltas alrededor de ellos…. Y una noche, luego de una sesión de maquillaje y cambio de ropa, Consuelo quedó convertida en prostituta. Una peluca postiza, labios exageradamente rojos, largas pestañas postizas, ojeras azules, una buena rociada de perfume barato y un abrigo que encubría una sugestiva minifalda que permitía atisbar sus curvas.

A las ocho de la noche todos partieron a la avenida Arequipa, a la altura de Lince, a buscar clientes. 

En la introducción al reportaje “Yo fui p…” Salazar recordó a Montoro y agregó:

“… Hoy día, en medio de las tragedias que sufrimos, del miedo que nos consume, una joven mujer, periodista y madre de familia, va aún más allá: se disfraza de prostituta y recorre las calles de nuestra golpeada villa y logra el más vívido y dramático reportaje que se haya hecho sobre la prostitución en toda la historia periodística del país”.

 Para la experiencia eligieron la zona de Risso, frente al Marcantonio, un restaurante que ya no existe, y entonces Consuelo comenzó a pasear su bien dotada anatomía por el filo de la vereda, fumando despacio y haciendo girar su carterita con coquetería. Más allá estaban sus guardianes y el propio ‘Coco’ Salazar, quien le había asegurado que no habría problemas: “Si pasa algo me llamas y dices que soy tu caficho…”.

Fueron varias noches las que salió la reportera a buscar clientes. Allí recogió experiencias mientras el fotógrafo captaba escenas sugerentes y hasta de acoso que tuvieron que ser controladas con energía por el presunto caficho. Luego de cada jornada, el equipo periodístico regresaba al diario y de ahí a un restaurante cercano a cenar, compartir la aventura y reírse un buen rato de los "clientes" de Consuelo.

Finalmente, el 18 de agosto de 1992 La Tercera lanzó el reportaje Yo fui p… bajo el título general de “La Crónica Negra” y con el crédito de Consuelo Chirre Livia, añadiendo los créditos respectivos: Fotos: Martín Alvarado, Diseño: Alberto Escalante, Diagramación: Luis Huachani.

 A la cuadra 15 de Arequipa, por favor

 Aquí parte del relato de Consuelo que, probablemente, fue mejorado por la buena prosa de Salazar: 

“Era mi hora. Salí del auto y caminé media cuadra, casi al costado del Marcantonio. Se alborotó el cotarro de un grupo, se desgranó una pareja de muchachones, “niños bien”, se les notaba por la vestimenta, también nerviosos. Un tufo tibio, de cerveza, me invadió el rostro.

 -¿Y? ¿Cómo es, mamita?
 -Treinta y cinco.
 -Treinta y cinco ¿qué?
 -Treinta y cinco dólares o cuarenta soles. Es lo mismo.
 El más alto se aventó. Para mí fue sorpresa.
 -¿Los dos?
 -¿Cómo los dos?
 -No. -Huevona…”

 Allí se le pusieron las cosas difíciles a Consuelo porque se acercaron tres jóvenes un tanto agresivos, que el fotógrafo captó inmediatamente, acercándose:

“El más resuelto, bigotes y un gorro, se adelantó a sus compañeros. Me volví a sorprender, el tipo me saludó:
 -Buenas noches, chinita. Qué tales piernas, chinita.
 -Hola.
 -¿Cómo es la cosa, chinita?
 -Cuarenta soles.
 -¿Nada menos?
 -No
 -¿Y dónde?
 -Tengo un sitio. (…)
 -Mamita ¿tú eres costilla franca?
 -Claro, cojudo.

 Y antes de que me diera cuenta, el tipo me abrió el abrigo. 
-Déjame ver la cosa, la merca…”.

Consuelo lo largó pero no pudo librarse de él a lo largo de dos cuadras. Hasta que llegó otro cliente que le hizo la mejor oferta: pagarle el doble de la tarifa.

“Pensar que con este trabajito me puedo hacer millonaria, me dije. Con lo que me pagan en la chamba, pensé. Haciendo un cálculo mental comencé a multiplicar ochenta por 30. Vamos que se gana y se gana bien. ¿Pero esto será todos los días? Me imagino que no. Habrán días que las cosas irán mal. Hay que pensar que era día de quincena".

Viernes 14. 

Era de noche, fin de semana, había plata y sobre todo muchas ganas de querer reventar billete. Trago, juerga, sexo. No importaba la sífilis, el chancro blando, la gonorrea, el sida…
Las cosas se ponían difíciles, el hombre, terco. Las bocinas de los carros no paraban de sonar, haciendo de la avenida Arequipa un escándalo, una fiesta.

"¿China, cuánto? ¿Cuánto? Era la pregunta obligada”.

Los “proxenetas”, sus colegas, salieron al paso del admirador y le ofrecieron más, con lo que por fin lo derrotaron.

“Al cabo de unos minutos el cliente ya estaba desertando. Cansado y mojado por la garúa, se alejaba del lugar. Por fin, dije yo. Aceleré el paso sin dejar de hacer girar la cartera pues la función tenía que continuar”. 

Jorge Salazar sazonó la historia con textos sobre historia de la prostitución y reflexiones personales:

“Lo que la gran historia, la crónica diaria nos revela, es que algunos individuos, bastantes, tienen una necesidad desesperada de borrar del mundo a esas mujeres que transitan por las calles del mundo, alquilando, vendiendo calidez sobre una fría cama…”.

La penúltima noche Consuelo decidió dar un paso audaz: subirse al auto de un cliente, exponiéndose, abandonando la protección cercana de sus colegas:

 “-Oye, acércate pues amiga…
 Un volkswagen se detiene, el tipo blanco, ojos claros. Parece respetuoso. Me acerco:
 -¿Qué haces?
 -Aquí, ¿cuánto cobras?
 -Cuarenta dólares o cincuenta soles.
 -Achícate un poco.
 -Treinta y cinco dólares. Cuarenta soles. Nada menos.
 -Ya. Sube pues, amor. 

 Y yo subo. Imploro a los cielos que los muchachos me estén siguiendo en el auto. Zevallos es un buen chofer. Hay que tener confianza, me digo. Y ya estoy arriba.
 -Amor, ¿tienes un sitio?
 -Claro –le digo- al final de la Arequipa. Eso es diez soles nomás.
 -No tengo, la verdad es que no tengo tanto. China, la verdad que solo tengo diez mangos, nunca pago más.

 Pienso rápido o mejor dicho, casi ni lo pienso. Y Dios me ayuda: el auto se detiene en un semáforo. Abro rápido la puerta del Volkswagen y salgo como sea… Los faros de un auto atrás me alumbran el rostro. Casi no puedo ver nada. Sí escucho, claramente:

 -¡China! ¡China! ¡Eres una mierda!

 Y arranca el auto”.

En la penúltima nota, titulada En la puerta del horno, Coco Salazar decidió que Consuelo debía dar el paso final, esto es, ir a un hotel con un cliente para así explorar el mundo de los “sitios” de las prostitutas. 

Esta vez la reportera fue dejada frente a un hotelito de Petit Thouars y al instante cayó un cliente; negociaron y entraron mientras ella miraba hacia atrás, buscando a sus reporteros.

“El tipo me cogió del brazo y comenzamos a subir las escaleras. Yo estaba asustada, me decía: “¿Dónde estarán mis ángeles guardianes?” No me fallaron mis muchachos. Al llegar al descanso aparecieron los chicos de La Tercera. Uno de ellos fue directo. Me cogió del brazo y siguió con la actuación:

 -Nos vamos, chinita. Ya es muy tarde.

 Ante esa aparición, el cliente quedó sorprendido, mudo. Mientras nos íbamos, dijo:

 -Puta, hoy estoy piña.

 El final de la historia

Salazar estiró la historia lo más que pudo, llenó páginas centrales con grandes fotos. Fueron siete capítulos: “Yo fui p…”, “Yo la ví primero”, “La pampa de las otras”, “¡Cuidado con la huaraca!”, “¿Tienes un sitio, amor?”, “Infierno de hombres”, “En la puerta del horno” y finalmente “Último Paradero”, el 27 de agosto, con síntesis y moraleja.

Consuelo retornó a sus tareas de reportera y no hemos encontrado su nombre en otra aventura parecida. Jorge Salazar fue contratado como profesor de Periodismo Interpretativo en la Universidad San Martín de Porres. Esta le publicó en cinco tomos la serie Historia de la Noticia, un recorrido por su historia de los crímenes en Lima. Nos abandonó en junio del 2008 y su partida fue lamentada en  todos los diarios.

 ¿Y qué fue de La Tercera? Yo fui p… fue su canto del cisne porque solo dos meses después Fujimori ordenó cerrar el diario. La última edición circuló el 26 de octubre de 1992.


Foto: Archivo La Tercera
https://tiojuan.wordpress.com/cuando-los-periodistas-hacen-de-mendigo-loco-o-de-p/
http://somosperiodismo.com/vivir-para-contarla/