Palabra de Lucifer

El diablo, Lucifer, el demonio, como quiera que se le llame, lo cierto es que jamás ningún otro ser, real o imaginado, hizo correr tanta tinta, sembró más miedos o reunió tantos discípulos... La incesante carrera luciferina empieza; según dicen los textos más viejos, la mitología y las tradiciones; en las primeras horas de la creación del mundo. Las convulsiones del género humano, incluidas las enfermedades, el trabajo y la muerte, tienen su origen en la engañosa invitación que hará Satanás (serpiente habladora) a la desdichada y curiosa Eva. Ella degustará el alimento prohibido: el fruto arrancado del árbol del Bien y el Mal. Alejado ya de la perfección el género humano recibirá de su creador otra definitiva y condenatoria sentencia: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

II

El luciferino trabajo de tentar, hacer caer en pecado al hombre, se repetirá infatigablemente a través de las edades. Así por ejemplo, el evangelista Mateo nos muestra a Jesús, el nazareno, hambriento durante su ayuno de cuarenta días y cuarenta noches en el desierto. Y es allí, en ese crucial momento en que Satanás le sugerirá que rompa su palabra y convierta un puñado de piedras en fresco pan. Jesús demostrará fortaleza y continuará con su ayuno. Pero Satanás no cejará y otra vez, y a sabiendas que el Maestro tiene labios aptos para el buen comer y el degustar de vinos, pondrá a su alcance el más exquisito y vaporoso banquete que alguien pueda ofrecer...

III

En las soleadas tierras de la Toscana se sostiene que Lucifer, más sabe el diablo por viejo que por diablo, ha aprendido y que ya no solamente toma las formas de la serpiente. Dicen que por allí alguna vez encubrió cuernos, rabo y pezuñas bajo la prestigiosa apariencia de cocinero. Al Maligno pues se le atribuye el "pollo a la Diabla". Dicen que con el objeto de ganarse el alma (y seguramente el cuerpo) de una bella ragazza de 17 primaveras, el mañoso genio del mal improvisó la mentada receta. Pollo frito en aceite de oliva acompañado de una salsa preparada con cebollas doradas en mantequilla, a la que se agrega vino blanco, perejil, hojas de laurel, hongos y dos tipos de pimienta: la negra y la de Cayena.

(Jorge Salazar, del libro Crónicas gastronómicas)