Por Roland Forgues
¿Crees que la situación
acomodada de tu medio familiar y social han influido de alguna manera en tu
decisión de hacerte escritor primero y luego en la orientación de tu narrativa?
Yo pienso que sí, porque la infancia nos marca a todos y
particularmente aquí en el Perú. La infancia en el Perú es una etapa de
silencio. Porque ésta –por lo menos la que me tocó vivir a mí- es una sociedad
patriarcal, conservadora, donde los viejos mandan y los hijos callan. En el
tipo de familia donde yo he vivido; la figura del padre es la figura central de
toda la problemática familiar.
Yo creo que la infancia es un momento terriblemente receptivo y
cuando uno ha tenido que guardar silencio durante tanto tiempo, llega otro
momento en el que no puede dejar de hablar. Llega un instante en que todo lo
que has acumulado con tu sensibilidad, tienes que volcarlo. Hay que reconocer
que a veces algunos temas, algunos personajes te sirven para enmascarar al niño
ése que éramos en la infancia que, desgraciadamente, ya no somos. Pero por
ratos, este niño aparece y desaparece como un cuento de brujos.
¿Dónde naciste
exactamente? ¿En la misma Lima o en las afueras?
Yo nací en Chosica, un pueblo serrano junto a Lima, a unos
cuarenta kilómetros. Evidentemente soy de la provincia de Lima, pero Chosica
conserva algunos hábitos provincianos. Cuando me integro a la ciudad de Lima el
choque es tremendo. Porque la vida del pueblo gira en torno a la plaza y al
parque. La violencia es mínima comparada con la de Lima. No hay más que una
sola calle principal por la que pasan todos los carros que van a Lima o vienen
de Lima. Chosica es un lugar acogedor con un río, con un paisaje agradable,
donde todos nos conocemos, donde no hay robos, donde no se habla de política y
donde fundamentalmente no llega la muerte bajo ninguna de sus formas; pareciera
que todos se fueran a morir a Lima.
¿En qué momento y cómo
despertaron tus afanes de ser escritor?
Mira, todos los días me estoy preguntando eso. Sin duda hay varias respuestas, pero resulta que de niño,
como todos los niños, me enamoré de una niña de seis años. Yo tendría siete, y
no encontraba las palabras para dirigirme a ella. Entonces iba a la casa de mi
tía Clara que tenía en su biblioteca libros de Chocano, Verlaine, Becquer. Yo
cogía esos poemas, los transformaba a mi manera y se los dedicaba a la niña.
Luego, a veces tenía ganas de mentarle la madre a mi papá o de
protestar. Por ejemplo, yo iba a un colegio de curas. Nos decían que no había
que mentir, que había que amar al prójimo, y cosas por el estilo. Y veía que
todos hacían lo contrario. Te hablaban de la libertad y en el momento que tú querías ejercer esa
libertad te mandaban a la cama o te mataban a golpes. Y al no poder hablar
entonces tenías que escribir lo que sentías. Es un poco por eso que soy
escritor. Creo que ahí comenzó todo.
Entonces para ti era, por
una parte, expresar tu impotencia y por otra, tu inconformidad. ¿Pero cómo
consideras hoy tu rol de escritor?
Hoy en el Perú yo creo que el papel del escritor es un papel de
testigo que es la única manera de contribuir a que algunas veces este país
tenga una verdadera identidad. Como intelectuales, como escritores, o como
gente que maneja la palabra o está cerca de la cultura, nuestro deber es contar
lo que hemos vivido. Porque este país una historia que es un poco la leyenda
negra de España, mezclada con la leyenda blanca o azul del incanato y con la
leyenda del imperialismo. En este país la historia ha sido escrita por los
conquistadores, nunca por los testigos.
¿Quieres decir que nunca
ha sido escrito por los verdaderos actores de la historia, esto es por los
vencidos?
Sí. Yo me imagino por ejemplo si le hubiesen hecho una entrevista
a Jesús de Nazaret hubiéramos tenido una idea mucho más clara de la religión,
de su historia, de lo que comía, de lo que padecía, etc. Aquí la historia ha
sido escrita fundamentalmente por los gobiernos o los políticos de turno en base
a sus concepciones ideológicas. Y me pregunto: ¿Esto es la historia? Y
respondo: No. La historia no es otra cosa que la vida de todos los días, la
vida cotidiana. La historia no es solo la historia de batallas, es también lo
que comemos, lo que dormimos, lo que vivimos todos los días.
Esto es lo que ya decía
Miguel de Unamuno con el concepto de intra historia…
Exacto. Por ratos yo me siento un poco unamuniano. Definitivamente
yo escribo para enseñar experiencias vividas. Por ello hay una mezcla de mis problemas
con los del Perú y a veces no sé diferenciar lo que me ha ocurrido a mí y lo
que le ha sucedido al Perú. Pero esto no me importa. Lo único que me interesa
es que a los otros no les pase lo que a mí. Que encuentren un camino en el
pasado.
¿Qué tipos de huellas ha
dejado en ti la educación cristiana que recibiste en tu juventud?
Yo creo que hoy día me he limpiado, me he lavado de esa educación.
Y les tengo una profunda desconfianza a las instituciones religiosas. Sin
embargo, la educación cristiana despertó en mí el interés, la curiosidad de
querer llegar a conocer quién era la figura de Jesús de Nazaret. Se desvirtuaba
tanto esta figura que hace diez años que estoy trabajando en una novela sobre
Jesús para presentarlo tal como fue. Me parece fascinante el tema, porque
vuelvo a analizar las cosas con otra visión. Este es el lado positivo de la
educación cristiana. Pero tiene también su lado negativo, y es que yo no
quiero, por ejemplo, a las mujeres peruanas que ofrecen una serie de cosas como
la virginidad, que para mí no tiene ningún valor.
¿Por eso te has casado
con una alemana?
Probablemente. A veces intento tener relaciones con peruanas, pero
es imposible porque la carga de la religión cristiana en ellas es tremenda.
Aquí la religión, desgraciadamente, ha marcado mucho las relaciones entre
parejas. La idea de felicidad es trasladada siempre a otro mundo. El cielo, el
paraíso y todas esas cosas para mí no existen sino en esta vida. Yo no espero
morirme para ser feliz. Este es evidentemente mi divorcio con la religión.
Todas estas cosas me marcaron tanto que yo acabé siendo comunista. Pero después
de matricularme en el comunismo me di cuenta de que simplemente había cambiado
de iglesia.
¿Ya no crees en el
comunismo?
No. No creo en ninguna iglesia. Te estoy hablando de cuando tenía
veinte años: fui militante comunista; he peleado, he participado en acciones
subversivas; porque creía un poco que así se iba a crear el paraíso en la
tierra; creía en el paraíso rojo, hoy día, no.
Se notan en tu narrativa
una fuerte influencia de la cultura europea y una gran admiración por Francia.
¿A qué se deben?
Te hablaba de dogmas refiriéndome al mundo de la iglesia, del
Vaticano. A este imperio se opone la razón de Descartes. Yo creo en la razón;
de ahí viene mi admiración por Francia. Además ser culto en este país, ser
libre, significa ser afrancesado y no me da vergüenza. A mí Francia me
proporciona una salida a la sin razón. Evidentemente hay un choque entre Roma y
París y definitivamente yo me quedo con París.
Justamente, desde las
primeras líneas de tu novela “La ópera de los
fantasmas”, haces una comparación entre
el palacio de Versailles, “orgullo de Francia”, según dices, y el estadio
Nacional de Lima, inaugurado por Odría, “orgullo del Perú”, como agregas un
tanto irónicamente. ¿Se debe ver en esa oposición Cultura-Juego, el símbolo de
la oposición Libertad-Alienación?
Yo no lo hice con esa intención. Pero ahora que tú lo dices, si me
pongo a pensar, creo que evidentemente hay algo de eso. Hay también una
comparación con nuestro Versailles de la Plaza San Martín que tú conoces, donde
se reunía la flor y nata de la intelectualidad sanmarquina de mi generación, y
en general de la intelectualidad peruana porque Lima en aquella época todavía
era el Perú. Entonces, pese a que considero que la cultura no es patrimonio de
los razonables, pero sí es necesaria, fundamental, el hecho que nos reuniéramos
en nuestro Versailles te muestra que para nosotros Francia representaba el
súnmun de la cultura contemporánea. Pero yo marco en mi libro la diferencia que
hay entre el Versailles francés y el Versailles limeño, que es más francés que
el verdadero Versailles. Y por supuesto, es mi manera de burlarme un poco de
todo esto, de ridiculizarlo, porque nuestro Versailles de la Plaza San Martín
era en aquel entonces lo que hoy día es el Haiti de Miraflores.
Y al respecto, ¿puedes
hablarme de tu manera de apreciar el humor que desempeña un papel importante en
tus libros?
He aprendido a ser irónico. Antes, era un tipo muy serio, pero
después descubrí que una de las cosas más terribles que nos puede pasar es no
reír. Llorar o lamentarnos sería lo más fácil en un país en que los diez mil
años de historia son diez mil años de esclavitud, diez mil años de levantar
piedras sobre piedras. Porque Machu Picchu y toda la putamadre fue llevado a
hombros, con millones y millones de muertos. A mí me produce cierto temblor
saber que no existía la rueda y el caballo. Y cuando la gente admirada
pregunta: ¿cómo hicieron para construir estos monumentos? Yo respondo: con
sangre, con sangre, con mucha sangre.
Esto lo refieren los
cronistas Guamán Poma de Ayala, Cieza de León, Morúa y otros cuando nos hablan
de las famosas “piedras cansadas”…
Sí, a mí esto me duele mucho. Ahora bien, si me pongo a llorar por
eso y por lo que nos ocurre todos los días, me jodo. Yo creo que hay un
remedio: reír y hacer reír. Pienso que mañana va a ser mejor y que hay que
estar entrenado para la alegría. Para saber de qué se trata. Tú has notado que
entre mi primera novela y “La ópera de los fantasmas” he dado un salto. El
primer libro es triste, ácido y el segundo es más irónico.
¿No crees que ese salto
traduce, al fin y al cabo, una especie de escepticismo como si te sintieras
realmente impotente frente a la realidad?
Yo soy escéptico, pero sigo teniendo sueños. Es cierto que me
siento impotente frente a la realidad pero, de otro lado, estoy unido al
futuro. Porque sé que hoy en día el Perú no se acaba con ese régimen
conservador, ni con Sendero Luminoso, ni con las masacres de indios o como
fuera. Este es un país que ha dado pruebas de fuerza, de energía, de sabiduría.
Este es un país de artesanos maravillosos, de artistas que han hecho grandes
cosas. Entonces algo de eso hemos heredado. Creo que al final vamos a ganar
quienes creemos que al comienzo y al último de todo está la vida. Yo me burlo y
me río de mi propia muerte o de la mis compañeros.
Justamente tu primera
novela Piensan que estamos muertos, escrita en colaboración con Alaín Elías y
publicada en 1976, es una novela testimonial sobre la época de las guerrillas y
la muerte de tu compañero y amigo Javier Heraud. ¿Podrías hablarme un poco de
tu propia participación en el movimiento guerrillero?
Sí, pero para esto tengo que remontarme un poco a la época de mi
infancia, a la educación rígida que recibí en el hogar. Como te conté mi padre
era un tipo muy especial que quería hacer de mí una especie de lord inglés.
Entonces decía que desgraciadamente lo teníamos todo y que no íbamos a sufrir
como él.
Así que durante las vacaciones me mandaba fuera del país,
generalmente a Estados Unidos o a Europa. Y ¿Qué pasó? Que yo nunca conocí el
verano en mi país. Mientras mis amigos se estaban bañando en las playas, yo me estaba
cagando de frío en San Francisco o Nueva York. A veces mi padre me mandaba
hasta Reykjavik, a Islandia, a Escocia, a Berlín. Me mandaba a la putamadre para
que me haga hombre.
Cuando volvía al colegio yo tenía menos frío que mis compañeros,
físicamente estaba mucho más preparado, pero estaba un poco aislado. Además
cuando entré a la Universidad yo me había divorciado de mi familia. Entonces
¿Qué ocurrió? En el grupo yo encontré una verdadera familia –esto lo sé ahora-
porque además daba la casualidad que muchos habían sido compañeros míos en el
Santa Rosa de Chosica.
Nosotros crecimos al lado de la Revolución Cubana y cuando Fidel
entra a La Habana vemos que por primera vez es un movimiento en el cual son
jóvenes quienes toman el poder y provocan un cambio total en el país. Y
nosotros cuando nos lanzamos a la guerrilla teníamos más o menos la misma edad
de esos jóvenes cuando iniciaron la gran aventura del Gramma.
Pero sin duda me figuro
que hubo otras motivaciones más profundas que la de la proximidad de edad que
los impulsaron a tomar las armas. ¿Cuáles fueron?
Nosotros somos los elegidos, repetíamos. Fidel Castro había dicho
que había que convertir los Andes en una inmensa Sierra Maestra; el Che decía
que había que escuchar la voz de la Revolución. Entonces nosotros nos enrolamos
en el Partido Comunista, porque creíamos que el partido iba a hacer la
revolución. Nosotros éramos marxistas y teníamos cierto nivel de conciencia
porque la mayoría habíamos estado en Europa y en Francia. La gran mayoría era
gente, pues, con un nivel cultural y político muy alto por contacto permanente
con la cultura europea y también por extracción de clase, clase media acomodada
o alta.
Hablas de la importancia que
tuvo la cultura europea en tu compromiso con la Revolución, así como en el de
tus compañeros. ¿A qué tipo de cultura europea te refieres exactamente?
Me refiero sobre todo el existencialismo, que era para nosotros
pan de cada día. A Sartre lo leíamos tanto como cualquier joven francés. Y la
lectura de Sartre, por supuesto, nos motivaba para entrar a la acción
revolucionaria. Además como te digo, éramos una gran familia. Y cuando se funda
el movimiento insurreccional nosotros respondemos presente, porque era disparar
contra nuestra propia familia, contra nuestros hogares, encontrar nuestra
propia identidad negada en la infancia. Había en nosotros una forma de
mesianismo por difundir las opciones marxistas, pero en el fondo, hay que
decirlo, no teníamos nada que hacer en las guerrillas. Conocíamos mucho más a Marx que nuestra propia
realidad, quizá sea una explicación.
Participaste en varias
acciones de asaltos a bancos que se dieron en aquella época para apoyar el movimiento
guerrillero. ¿Cuál fue tu rol exactamente? Y ¿cómo juzgas hoy día tu pasada
militancia revolucionaria?
Esta es una faceta de la lucha a la que he entrado y mi rol era el
que le correspondía a un dirigente. Pero considero que estas acciones no fueron
más que manotazos de gente desesperada por una u otra razón. Yo reconozco mi
papel directriz pero hoy día a veces me arrepiento porque me doy cuenta que yo
no tenía nada que hacer con todo esto. Hubo mucho de desesperación en todas
nuestras acciones. Mi participación política fue una participación desesperada
en busca de calor, de amistad y también de muerte, porque había detrás de esto
una vocación suicida. Como no podía vivir en este país, entonces me decía:
preferible morir. Había en mí, como en mis compañeros, un poco de esa cosa de
la Pasionaria: “Mejor morir de pie que vivir de rodillas”, ¿no? Entonces
realizamos una serie de acciones descabelladas de las cuales yo, hoy día, me
río simplemente. Forma parte de una historia que parece no fuera mía.
Entonces parece que
hubieras cambiado mucho desde aquella época. ¿Qué es lo que motivó este
retroceso en tu actividad política? Me has dicho por otra parte que te sentías
comprometido con la transformación de tu país pero, ¿cómo participas tú en la
lucha por esa transformación?
Yo desde que me retiré de la escena política me he dedicado a
escribir. Tengo miles y miles de artículos escritos. Diría que soy uno de los
cronistas más prolíferos de este país. Trabajo en “Caretas”, soy corresponsal del
“Spiegel” de Alemania, escribo para “Vanguardia” de Barcelona y para “Cambio 16”
de Madrid. Yo creo que solo he cambiado en apariencias y que sigo siendo
fundamentalmente el mismo. Mis escritos hablan.
Pero ahora estoy trabajando para
vivir sueños pero de manera más madura. Creo que uno de los grandes
vacíos peruanos es la verdadera motivación para dedicarse a lo que se elige,
como ocurre en la política.
Para ser escritor, putamadre, necesitas una capacidad de
abstracción, de conocimiento de ti mismo que es la cosa más difícil, más dura;
tienes que estar alerta, tienes que aprender a ayunar en todos los sentidos, a
hacer sacrificios. Cosas que no quieren hacer los políticos en este país.
Para ser político en este país no se requiere nada. Cualquier canalla,
cualquier hijo de puta puede ser político. Eso aprendí, también que cuando
haces política, estás expuesto a qué cualquier hijo de puta te haga una putada
y que acabes convirtiéndote en un canalla. Por eso abandoné la militancia. Por
eso salí de la política para dedicarme a escribir.
Ahora no tengo nada que hacer con la política partidaria, pero sí
me interesa el destino de mi país y me siento comprometido con escribir lo que
siento de mi país.
Tu segunda novela “La
ópera de los fantasmas”, publicada en el 80, es también una novela testimonial.
Parte de un hecho concreto, la masacre ocurrida el 24 de mayo de 1964 en el
Estadio Nacional de Lima con motivo del partido de fútbol que disputaban el
Perú y Argentina para concurrir a las olimpiadas de Tokio. Pero este suceso no
me parece más que un pretexto para denunciar el orden burgués. Dicho con otras
palabras, creo que esta novela es fundamentalmente una novela política y social
que nos presenta una reflexión sobre la historia y sus consecuencias. ¿Qué te
parece?
Totalmente de acuerdo contigo y me alegro de que hayas visto que
mi novela sólo era un pretexto. Yo simplemente como periodista asistí a ese
acto. Entonces me gasté una verdadera fortuna reuniendo todas esas fotografías
que no se publicaron, publicándolas para que la posteridad, o quien quiera, las
viera y comprendiera lo que significó Belaunde.
Yo he hecho algo que no han hecho los políticos: es mostrar con la
publicación de estas fotos que este señor Belaunde ha presidido los gobiernos
de masacres del Perú… Sólo la conquista hispánica había llevado tanta muerte al
habitante del Ande. Casualidad o qué sé yo, el actual Presidente del Perú
simboliza al Ángel Exterminador… ni Santiago, ese apóstol matamoros y mata
indios, había conseguido un exterminio tan puntual. Y la izquierda, esta
izquierda en la que yo militaba, fue incapaz de elaborar un documento serio
para denunciar los crímenes que se cometieron bajo el gobierno de este señor.
Concretamente, ¿fue por
esta razón que dejaste de militar en la izquierda?
En parte sí. Yo me he retirado de la militancia porque me he
sentido defraudado, engañado. Entonces sentí que me había equivocado y quise
empezar de nuevo. He empezado de nuevo un poco tarde, pero creo que bien,
porque todas mis experiencias políticas me proporcionan un material importante.
Y hoy día me siento con la suficiente capacidad de elaborarlo. Además yo
siempre he tenido la vocación de escritor y todos mis amigos te pueden decir
que cuando yo militaba tenía un cajón donde guardaba documentos que puedo
utilizar hoy día.
Dices que
fundamentalmente no has cambiado, pese a que has dejado de militar en la
izquierda. Sin embargo trabajas en Caretas que es una revista de derecha y
pro-gubernamental; es decir una revista que apoya a este señor que simboliza,
según tu propia expresión, al Ángel Exterminador ¿No te parece un tanto
paradójico todo esto?
Es cierto que trabajo en una revista muy cerca del poder, pero yo
no como en la mesa de mi patrón. Yo trabajo y punto. Además, en este país –y en
esto hay que ser claros- cierta derecha tiene por los intelectuales, por los
escritores, por los artistas, un mayor reconocimiento que cierta izquierda,
digamos más o menos oficial. Más aún te diré que el único sitio donde me han
censurado en mi trabajo ha sido en la revista Marka que yo contribuí a fundar.
Entonces me salí de la revista Marka.
Donde yo voy a trabajar, exijo poder decir lo que quiero, sino no
entro, porque yo tengo medios suficientes para subsistir, para vivir más o menos
con dignidad. Además prefiero morirme de hambre a no hacer lo que a mí me
guste, a no decir lo que yo quiera.
¿Cómo se dio en ti ese
proceso de independencia al cual te estás refiriendo?
Se dio a raíz de mi matrimonio, de conversaciones con algunos amigos,
como el psicoanalista Max Hernández, de discusiones con otros escritores, del
aliento de algunos compañeros míos. De modo que entré en un proceso de soledad
que me hizo una suerte de fortaleza. Al darte cuenta de que no tienes familia,
no tienes partido, no tienes país y toda la putamadre, y de que solamente te
tienes a ti, te compras un espejo. Así cuando te despiertas en la noche y
tienes miedo porque estás solo, y tienes ganas de suicidarte porque estás solo,
entonces el espejo te sirve para mirarte y ver que no estás solo, sino que
estás contigo. Eso hago: me miro en el espejo. Yo vivo con mi espejo y me he
acostumbrado.
Ya no necesito a nadie.
Me parece que hay mucha
frustración y desengaño en semejante actitud. ¿Estás de acuerdo con tu personaje
Antonio que dice mirando la estatua de San Martín: “a los libertadores hay que
mirarlos con cautela. Los libertadores siempre terminan por someter a los que
liberan”?
Totalmente. Mira, hoy día estoy preparando un número especial de
Caretas sobre Bolívar con motivo del bicentenario de su nacimiento. He reunido
y leído un montón de trabajos y la conclusión que saco es que en Bolívar, el
famoso libertador de América, está el primer germen del dictador
latinoamericano. Y esto hay que decirlo. Porque Bolívar es el primero que
comienza a partir países y regalárselos a sus generales, a sus favoritos. Y
esto no lo dice nadie. ¿Por qué? Porque si tú lo dices, entonces se va picando
la embajada de Venezuela y ya no te va a vender petróleo.
Detrás de la imagen que tienen los libertadores, en especial
Bolívar y San Martín, hay el germen de todas las dictaduras posteriores. Libran
batallas, se reparten el país, hablan de panamericanismo y se quieren coronar
emperadores. Son una especie de Napoleón en borrador, tal vez por su
afrancesamiento. Al final parece que el poder es un mecanismo que atrapa a
mucha gente.
Sin duda que los libertadores nacieron con grandes deseos de
libertad para ellos y para todos; pero , al final, acaban por oprimir. Ocurre
lo mismo con Pérez Jiménez, con Odría, con Velazco. Yo no les tengo ninguna
confianza.
En otra página de la
misma novela escribes “Para que se terminen las desigualdades no se necesita
mucha inteligencia, solamente los brazos y las manos de los trabajadores. ¿Por
qué no te callas? Para realizar la Revolución no se precisan tantas ideas y
tanta poesía, lo que hace falta son armas, fuerza, lo que importa es la primera
parte de la lucha, es la victoria como sea. ¿Por qué no te callas? No puedes
tener aplastadas las nalgas sobre la silla. Hablando como hablas no se resuelve
nada. Miles antes que tú han pensado así, y ¿qué tenemos? Nada.” Y concluyes:
“Nadie borra la ley que los siglos de esclavitud grabaron sobre nosotros. Ni
los poetas”. ¿No te parece algo pesimista esta visión de la Historia?
Yo te diría que no es una visión pesimista, es simplemente una
visión real, dura, áspera, pero real. Yo no creo evidentemente, que la libertad
se consiga porque uno de estos generales de los que hablamos antes, o sea San
Martín, proclame desde un balcón: “El Perú es libre e independiente”. La
esclavitud es una enfermedad que no se va a curar de la noche a la mañana, y
menos aún por decreto o través de la poesía. Este país de una manera o de otra,
debería tener un largo periodo de recuperación, como una larga convalecencia.
La esclavitud no se va a poder borrar porque tome el poder Sendero
Luminoso o porque venga Fidel Castro. Hoy día lo sé porque visito Cuba y veo
que, a pesar de veinticinco años de Revolución, Cuba todavía no logra un
standard de confort para todos. ¿Por qué? Yo creo que es la marca anterior,
porque los cubanos de hoy no son los cubanos que conocí, son los hijos, pero los
hijos que tienen toda la herencia ancestral. Y eso que Cuba es un país infante
frente a la tradición de esclavitud que tenemos nosotros. Ya hemos hablado de
esa cosa tremenda que fueron las “piedras cansadas”.
Pese a todo esto, destaca
de las páginas finales de tu libro cierta esperanza cuando dices por ejemplo:
“Y nuestra lucha, princesa de mis sueños, consiste en tomar por asalto a la
tristeza y hablar, gritar, gritar por los que nunca tuvieron voz”. Piensas que
el escritor debe ser el portavoz de su pueblo?
Yo creo que sí. Hemos hablado de Europa, de París; de Estados
Unidos. Pero, carajo, ¿qué soy yo? Si me quitase este blue jean y esta mierda
de seda y me pusiese un poncho, yo podría ser un indiecito de Huancavelica o de
otro lugar. Yo sé que miles de hermanos míos no pueden hablar aquí y por eso mi
tarea es hablar por ellos. Yo tengo que decir aquello que nos es negado a mí y
mi pueblo no es otro que ese indio de Huancavelica. Esto lo siento dentro de
mí. Lo vivo.
¿Crees en la
responsabilidad colectiva del escritor?
No.
Sin embargo afirmas lo
contrario en el epílogo de tu novela. Allí escribes entre otras cosas: “Si un
hombre tiene la ocasión de contemplar algo extraordinario, como la erupción de
una montaña destruyendo florecientes poblados, o el alzamiento de la
muchedumbre oprimida por un todopoderoso señor, o la invasión de la tierra
patria por un pueblo desconocido y desenfrenado… Quien todo eso viere tiene la
obligación de contarlo en un papel…”
Es una responsabilidad que yo me doy a mi mismo y la señalo para
quien quiera tomarla, pero no es una obligación. Yo, por ejemplo, soy amigo de
Vargas Llosa y soy incapaz de decirle: “Mira, Mario, tu tarea es esta”. La
tarea de Mario es la que él se señale. Te digo esto porque tenemos que respetar
a los que son individuales. Eso también he descubierto. Yo me fijo mis propias
tares y respondo por mis escritos, nada más.
Yo quiero ser útil, sentirme que sirvo para algo. Es la tarea que
me he fijado, porque me siento feliz, me hace bien y duermo tranquilo. Es una
opción personal. Yo hablo de mí y de mi pueblo jodido. Putamadre, nadie
pregunta: “¿Dónde están nuestros muertos?”. Yo lo he hecho con el primer
gobierno de Belaúnde y lo sigo haciendo. Esto creo que niega la acusación que
me hacen a mí de estar cerca del poder. Pero te diré que no me interesa mucho
ser comprendido por los partidos, ni siquiera por las grandes mayorías.
Volviendo a “La ópera de
los fantasmas”, es una novela que me parece realmente bien trabajada desde el
punto de vista del manejo de la técnica narrativa como la confusión de los
tiempos, los cambios frecuentes del punto de vista de la narración, la
inclusión del diálogo dentro de lo narrado, que reflejan indudablemente tu
preocupación por dar las diferentes perspectivas de la Historia. Pero lo que
más me ha llamado la atención es la manera como manejas el humor y sobre todo
cómo pareces servirte de ciertos conocimientos de psicoanálisis. ¿Es una opción
deliberada de tu parte?
Sí, yo tengo mucha influencia freudiana a través de uno de los
grandes discípulos de Freud que es el psicoanalista Max Hernández, un tipo de
gran calidad humana. En los últimos años he estado muy cerca del estilo de sus
trabajos, he colaborado con él en algunas cosas y él me ha proporcionado una
serie de luces acerca de cómo investigar. Entonces lo que has observado con
razón en la novela es un poco el reflejo de eso y de mis propias vivencias. A
mí la vida se me presenta como una serie de sucesiones de imágenes en distintos
tiempos.
Por otro lado, he utilizado el humor en el lenguaje, para hablar
de los militares, porque me parece que el lenguaje irónico se adecua mucho más
que otro tipo de lenguaje para hablar de ellos. En cambio trabajar este tipo de
lenguaje en torno al juez, hubiera sido contraproducente porque hubiera
producido una distorsión. De aquí que
hay otro tipo de lenguaje más lineal, más simple cuando se habla de él.
En cuanto a los saltos, los hice para evitar el sensacionalismo,
es decir que hubiera podido hacer una especie de novela con sabor a crónica
donde se describiera en un capítulo entero la imagen de la barbarie, de la
masacre; pero esto hubiera sido un poco sacrificarse a la gran moda, al
sensacionalismo. No se trataba para mí hacer un best-seller con fotos, no. Los cambios de tiempos me permiten
retroceder un poco a la época de la guerra con Chile, porque yo todavía tengo
en la memoria los dictados de mi abuela, de mi padre, del profesor, sobre todo
esto porque éste es un país de orden pasadista pero que, al mismo tiempo, a
partir de los años cincuenta, ha sufrido un gran cambio. Yo he querido reflejar
un poco todo esto.
Entonces, se trata simple
y llanamente de traducir la historia en todas sus dimensiones, incluyendo las
de la vida cotidiana de las que ya hemos hablado, ¿no?
Exacto. Yo he querido retratar cómo me llega a mí la historia, es
decir la vida. Nunca llega completa porque estamos hablando por ejemplo de un
partido de fútbol y, de repente, se interrumpe la conversación porque llega la
noticia de un matrimonio dada por algún vendedor de periódico o de suerte. A la
misma hora en otro lugar alguien se esta muriendo de hambre o preguntando por
algún familiar que tiene en el Frontón. Entonces cada uno tiene su propia
historia y su propio lenguaje, pese a que convivimos aparentemente en el mismo
país. Y mi novela es una novela quebrada porque pretende reflejar todo esto.
Yo siempre tuve duda de que la novela fuera legible por los demás.
Pero, finalmente, ha tenido suerte y se ha difundido muy bien después de haber
ganado el Premio Casa de las Américas. Esto me ha dado seguridad para empezar
otros trabajos.
¿En la misma línea de creación, o abarcando otros horizontes?
Los dos. Estoy trabajando algo del mismo estilo entre la historia
y la cotidianidad, el pasado y el presente, pero ya no a nivel de masacre. Lo
que quiero reflejar es lo que hemos vivido, un poco el Perú contemporáneo.
En este país se podría poner un epitafio general que diría:
“Pasaron por la vida y no se dieron cuenta”, y yo quisiera que se me pusiese:
“Pasó por la vida y se dio cuenta”. Que me di cuenta, con mi lenguaje, con mi
locura, pero me di cuenta. Además tengo la impresión que me di cuenta porque
sé, carajo, que he tenido suficiente plata, la oportunidad de educarme y de
estudiar. Entonces esto me implica una deuda con la vida, porque esta
oportunidad me la ha dado la vida y nadie más. Entonces hay que pagar la vida
para que nuestros muertos no mueran tanto, o no mueran tan de improviso. Ya no
es solamente tiempo de morir sino de vivir. Esto es lo que me empuja a
escribir.
Entonces escribir para ti
es fundamentalmente un acto de conciencia. ¿En qué condiciones te pones a
escribir?
Por el momento estoy bastante atareado con esto de la revista y no
escribo en las condiciones que yo quisiera. Pero estoy trabajando para
conseguir mejoras y espero, a partir de este libro que estoy trabajando,
obtener contratos más ventajosos, lo cual me permitiría escribir más.
¿Sobre qué está tratando el libro que estás escribiendo ahora?
Es sobre un crimen ocurrido en 1944, un crimen que dicen que
cometió un japonés. Fue uno de los casos policiales más sonados del país. Dicen
que este japonés mató a su hermano, al socio de su hermano y a toda su familia.
Pero esto se da en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, en la época de
Hiroshima _esta familia era justamente de Hiroshima-, en el contexto de la
xenofobia desatada por el fascismo peruano desde los años treinta contra los
japoneses. Parece que el fascismo ha necesitado un elemento racista para
descargar su odio; en Italia fueron los etíopes, en Alemania los judíos, y acá los japoneses. Aunque parezca una
contradicción, el gobierno fascista del
Perú declaró la guerra al Japón, otra
potencia fascista.
No me parece tan
contradictorio porque la persecución de los japoneses tiene sin duda causas
profundas que se enraízan en la misma historia socio-económica del Perú de los
años treinta y de los años posteriores, momento en que los japoneses empiezan a
tener situaciones bastantes florecientes y envidiables, especialmente en el
comercio.
Exacto. Los japoneses tenían situaciones florecientes
fundamentalmente en cultivos arroceros en el norte donde habían traído técnicas
de agricultura superiores. Entonces los japoneses tenían cinco veces más tierra
que los peruanos y las hacían rendir diez veces más. Entonces la burguesía
peruana echó ojo a cómo apropiarse de esto.
Y ¿qué mejor cosa que declararle
la guerra al Japón, coger a todos los japoneses del país y mandarles a un campo
de concentración a Estados Unidos? Así se forma la naciente burguesía que llega con Prado. Y los japoneses empezaron a vender sus cosas,
a entregarlas a testaferros peruanos, y mi padre era uno de ellos, porque era
funcionario del gobierno de Prado. Yo, en mi infancia, me preguntaba lo que
hacían esos japoneses en mi casa, a qué venían; siempre nos traían regalos
inmensos. En realidad buscaban el apoyo de las autoridades para protegerse.
Esto se produjo a gran escala. E incluso después del bombardeo de Pearl Harbor,
el gobierno de Prado empujó a la población limeña a que saquee los comercios de
los japoneses. En fin, una cosa terrible. En ese contexto se da el asesinato
del que te hablo.
¿Qué tipo de satisfacción te
procura escribir?
Para mí escribir es todo. Me produce alegría y tristeza. Pero
cuando escribes terminas en un dios, porque creas mundos que te reemplazan toda
aquella cosa que ya no tienes, o en la que ya no crees, como decíamos cuando
hablábamos de religión.
Y esa relación entre el
escritor y su creación, ¿piensas que se da también entre el creador y el
lector?
En esto, yo tengo experiencias muy concretas e increíbles. A veces
yo salía del diario Expreso a las doce de la noche, después de terminada mi
columna, y me encontraba con una señora que me decía: “¿El señor Jorge
Salazar?” Sí, le resondía y ella decía: “Usted ha hablado tal cosa en su
columna. Justamente es el caso de mi hijo: se lo han llevado preso. Parece que
usted está con los pobres”. De repente la gente me traía regalos. Es increíble
el número de cartas que recibí cuando trabajaba en Expreso. Para mí es
tremendamente satisfactorio saber que esa gente me entiende, que ven en mí algo
de ellos.
Y, ¿cuáles son tus
relaciones con la crítica peruana?
¿Hay crítica en el Perú? Yo creo que no hay crítica en este país o
si la hay es definitivamente servil porque buena parte de los que pretenden
hacer crítica en este país son seres frustrados. Ven las cosas que ellos no
pueden hacer y, entonces, intentan destruirlas porque no llevan su nombre.
El arma de los que hacen crítica acá es el silencio porque la
mayoría están vinculados a algunas editoriales, a algunas empresas que dan
premios, o se encuentran en la cercanía del poder. Mi novela que ganó el premio
“Casa de las Américas” aquí la han silenciado. Pero, al final, yo creo que cada
uno se defiende con sus obras porque las obras se defienden solas.
Foto: Daphne Zileri
Del libro "Palabra viva", Narradores, Tomo I , 1983.
Foto: Daphne Zileri
Del libro "Palabra viva", Narradores, Tomo I , 1983.