Pena de muerte: Hablan los testigos de las ejecuciones

Luigi Faura y Lucía García


Jorge Salazar y Manuel Jesús Orbegozo son dos experimentados periodistas que han vivido de cerca el horror de presenciar ajusticiamientos. Ambos aseguran que la pena de muerte no soluciona nada.  


Jorge Salazar: Castigan al más débil 

“He seguido casi todos los casos de aplicación de penas de muerte y ajusticiamientos en el Perú”, cuenta el cronista Jorge Salazar. “El caso más dramático fue lo que le sucedió a Jorge Villanueva Torres, el denominado ‘Monstruo de Armendáriz’, básicamente por su posible inocencia”, indica. 

“Definitivamente la justicia se equivoca y, al parecer, en este caso se equivocó. El problema detrás de eso es que había una terrible carga de racismo: siempre se escoge al más débil, al más pobre y desamparado para echarle la culpa y por eso es peligroso reinstaurar la pena de muerte. Villanueva Torres era un negro que no trabajaba, era un vago que chacchaba coca, y la sociedad quería castigar a alguien por el crimen. Era un hombre que no podía defenderse”, relata Salazar.

El reconocido cronista comenta que la presión de la sociedad por encontrar a un culpable influyó mucho en los jueces a la hora de aplicar la justicia. Asegura, además, que la pena de muerte es muy popular, sobre todo en países como el Perú donde el Estado no protege a su gente.

“La pena de muerte es siempre una especie de espectáculo, de circo romano: tiene propiedades catárticas para la población, de relajación. Mucha gente se satisface viendo la muerte o ejecución de otro ser humano, pero eso no es justicia, eso se llama venganza”, comenta.

“Si Clímaco Basombrío, el asesino del martillo, hubiese nacido en el Rímac le hubiesen puesto el ‘Monstruo del Rímac’ o el ‘Descuartizador del Rímac’, pero todo el mundo proclamaba que era un chico bien. Salieron los psiquiatras, los sacerdotes a defenderlo, pero si hubiera sido un negro seguramente ellos mismos y el resto de la sociedad también hubiesen pedido la pena de muerte para él”, asegura Salazar.

“El ciudadano común y corriente es un convencido de que el homicidio, como el robo y violación son resultado de la pobreza o la escasa educación, o de las dos cosas a la vez. Nada más falso, nada más racista. El delito no guarda relación directa con la clase social. Ni en el Perú, ni en los Estados Unidos. Un ejemplo: El llamado "crimen del siglo" ocurrido en 1924. La víctima era un menor de 14 años. Los verdugos, Richard "Dickie" Loeb y Nathan Leopold Jr., eran dos muchachos millonarios conocidos por ser parte del jet set de Chicag”,  explica Salazar.

“Me sorprende que el doctor Alan García, que supuestamente es heredero del maestro y humanista Víctor Raúl Haya de la Torre, asuma posiciones antihumanistas. De esta manera Alan se pone a la altura de Fujimori, de la Cuculiza y de Keiko”, indica: “de alguna manera es un signo de debilidad del doctor García para enfrentar los problemas de fondo”.


Manuel Jesús Orbegozo: Distorsión de la realidad 

Otra arista a tomar en cuenta en la problemática de la pena de muerte –y su ejecución– es el papel de informar verazmente que tienen los medios de comunicación. “La cobertura del fusilamiento del ‘Monstruo de Armendáriz’ fue muy compleja y dramática para los periodistas. Cuando llegamos a la isla El Frontón, donde iban a fusilar a Villanueva, nos hicieron formar una fila para que nos revisen los policías de la Guardia Republicana”, recuerda el periodista Manuel Jesús Orbegozo.

En ese momento –continúa Orbegozo– sonaron los disparos del fusilamiento. Es decir, ningún periodista vio el fusilamiento. Entonces fue que rompí la fila de la policía, subí a la loma de arena y logré ver el escenario del fusilamiento. “En la tarde despaché la información tal y como sucedió. Incluso ese día los periodistas hicimos el compromiso de decir a nuestros jefes que ninguno vio el fusilamiento”, precisa: “Pero al siguiente día todos los periódicos dieron con pelos y señales datos sobre el fusilamiento. Hubo una falsificación de la noticia”, revela Orbegozo.

“Reimplantar la pena de muerte es muy negativo. Matando a las personas no se soluciona nada, no se acaba con el crimen que se comete diariamente. Es un problema de educación y de la pobreza del país”, asegura.


Víctor Maúrtua defiende la inocencia del ‘Monstruo de Armendáriz’

Jorge Villanueva Torres, 
el ‘Monstruo de Armendáriz’
¿Y si se ejecuta a un inocente?
La polémica suscitada por una eventual adopción de la pena de muerte para violadores y asesinos de menores ha traído a la memoria el famoso caso del ‘Monstruo de Armendáriz’, que en los años 50 conmovió a la sociedad limeña y que hoy se ha convertido en un emblema para los que, a pesar de las casi infalibles pruebas de ADN, claman contra este castigo con el argumento de que es irreversible ante un error judicial.
El médico forense Víctor Maúrtua, quien por entonces daba sus primeros pasos en la carrera del peritaje, recuerda que, sin ninguna prueba consistente, Jorge Villanueva Torres fue acusado y condenado a muerte por violar y asesinar en setiembre de 1953 al niño Julio Hidalgo Zavala (3), cuyo cadáver apareció en los acantilados de la Quebrada de Armendáriz, en Barranco, con señales de haber sido golpeado.

Hubo presión social
“La gente estaba horrorizada y exigía un culpable que pagase por aquel hecho atroz”, explica Maúrtua, quien añade que, con su credibilidad en juego, la Policía se vio obligada a satisfacer esas demandas. Poco después apareció el candidato perfecto, Jorge Villanueva, quien era un delincuente de poca monta que frecuentaba la zona. Su destino cambió cuando fue señalado por un vendedor que aseguró que el hombre de raza negra le había comprado un turrón para dárselo al pequeño Julio.
Pese a que el testigo se contradijo hasta en 30 ocasiones y que Villanueva clamó por su inocencia, sus antecedentes policiales no daban mucha fuerza a sus argumentos y fue condenado a la pena de muerte. El forense Víctor Maúrtua defiende la inocencia del ‘Monstruo de Armendáriz’. Sin marcha atrás El 12 de diciembre de 1957, Villanueva fue atado a un poste frente a los fusiles de ocho guardias. Cuando exclamaba “Soy inocente”, una descarga lo silenció para siempre.
Hoy, casi 49 años después, el doctor Maúrtua denuncia que “el proceso se basó en una prueba médico-legal manipulada dirigida a encubrir la incapacidad de los funcionarios”. El doctor todavía lamenta que aquel hombre pagase con su vida un delito que no cometió. O, peor aún, un delito que no existió, ya que sus investigaciones demostraron que el niño fue atropellado por un auto. Un hallazgo que, para el ‘Monstruo de Armendáriz’, llegó tarde.


La República, 12 Ago 2006