El Evangelio según Salazar

Por Jerónimo Pimentel 



Cristo no murió en la cruz. Se publica “Los Papeles de Damasco”, la nueva novela de Jorge Salazar que inaugura el sello editorial Suma en Lima.

Cinco de las diez teorías más peligrosas del mundo, de acuerdo con el portal www.edge.org –que alberga a buena parte de la élite científica global–, están relacionadas con dilemas metafísicos: la materialidad del alma; la posibilidad de asir racionalmente a Dios; la capacidad de entender el universo; de afrontar que estamos realmente solos en él; y, finalmente, afrontar el hecho de que lo que más abunda cósmicamente es la nada. Para no doblarse ante el horror que provoca la suma de dichas ideas se requiere, en la mayoría de los casos, de un sistema de creencias, que provea de sentido y orientación (algunos le dicen religión). 

Por eso, así como el siglo XIX fue de la máquina y el vapor, y el XX estuvo marcado por la bomba atómica, el XXI será el de la búsqueda espiritual. Lo asegura Jorge Salazar (Lima, 1942), acaso lo más cercano que ha tenido el Perú a un escritor de pos-guerra, mientras ofrece aquello que no puede faltar en un hogar revestido con una biblioteca selecta: buen café. Su jean descolorido coronado por un gorro de AC/DC (para más oscurantismo, ‘Back in Black’) cobija una figura desgarbada de maneras finas, casi anacrónicas en un país que grita cuando quiere hablar y calla cuando debe exaltarse.

Pero Salazar no ha callado nunca, más bien, su obra es una viril reafirmación de la palabra a través de una de las exploraciones más originales que ha legado la segunda mitad del siglo XX peruano. Viril, porque los que escribimos, más allá de cómo nos vaya, nos enfrentamos con nosotros mismos, cuando la mayoría de la gente pasa por la vida y no se da cuenta de nada. Reafirmación de la palabra porque ‘Los Papeles de Damasco’ (Suma, 2006), nueva novela en la que plantea una relectura de los últimos días de Jesús a través de los ojos de un cronista romano, tienen una sola intención, convencer de que cualquier hombre puede curar porque tenemos eso que Jesús tenía, la palabra. Cuando Él dice ‘Levántate Lázaro’ no usa nada más que la palabra y ese es el milagro. Cualquier hombre, si hace un esfuerzo, puede ser como Jesús.

El Código Salazar

A raíz de una luna de miel que lo llevó a Sudán allá por los 70s, entró a un templo –que misteriosamente se parecía al bar La Capilla– donde contempló una inscripción referida a Claudia Prócula, la esposa cristiana de Poncio Pilatos. Despertado su olfato periodístico, la libre asociación de ideas y un poderoso sentimiento infantil (sufría mucho de niño en semana santa y siempre esperaba que viniera el Sétimo de Caballería y Lo salvara) le llevó a investigar acerca de ciertas contradicciones expuestas por la versión católica romana oficial. Como aperitivo, sólo dos: (1) No hay crucifixión de tres horas. La crucifixión es una pena que para la época de Cristo ya tenía 1 600 años, la practicaban los fenicios. Se trata de una pena con tortura, el crucificado tiene que agonizar de 4 a 6 días para que sufra y sirva de escarmiento. 

Por eso no acepto la muerte por crucifixión. Si lo hubiesen querido matar en tres horas lo asaetan, le cortan la cabeza o se lo dan a los judíos para que lo apedreen. (2) Dicen que Judas vende a Jesús por 30 dinarios de plata. Nunca creí eso. Judas era el contador, el sponsor del movimiento. Y además, a Jesús lo conocía todo el mundo, no tiene sentido delatarlo. Es como decir ahora: ‘señálame al presidente Toledo’. Jesús, el domingo anterior, había entrado triunfal en Jerusalén. -Ha aparecido ‘El Evangelio de Judas’ donde se baraja que Iscariote, más que traicionar a Jesús, sacrificó su lugar en la historia para cumplir el destino trágico de Cristo.

–Yo leí ‘El Evangelio de Judas’ hace décadas en Hungría, me lo tradujo un estudioso polaco. He leído muchos evangelios gnósticos.

Esto, más un oportuno manuscrito hallado en Damasco en uno de sus muchos viajes (también pasó por Medio Oriente, El Cairo y Alejandría), le permitieron desarrollar a lo largo de tres décadas interrumpidas en este volumen que abarca historia, leyendas europeas y esoterismo una conclusión paralizante: Jesús no murió en la cruz. Quienes han podido leer el libro no sólo aseguran que ‘Los Papeles de Damasco’ es la mejor novela de Salazar, sino que si éste fuera inglés, por la vigencia del tema y la calidad literaria, en este momento sería millonario.

La vida de Jesús y sus últimos días han sido un motivo recurrente entre los escritores, y sus antecedentes se pueden rastrear desde la inquietante Barrabás (1950) del sueco Pär Lagerkvist, al suceso editorial El Código DaVinci (2003) de Dan Brown, cuya versión fílmica a cargo de Ron Howard está a punto de aparecer bajo una almohada de 40 millones de copias vendidas a base de marketing, una trivia pocas veces tan trivial y la más superficial teología. Pero así como Norman Mailer se atrevió a escribir un testimonio de Jesús en primera persona en El Evangelio según el Hijo (1998), Salazar ha optado por echar mano de otra de sus obsesiones, la prensa, para tal propósito.

En efecto, la narración, superado el preámbulo que puede pasar por alto el lector de novelas, plantea la indagación de un periodista romano –¿cuándo no?– en problemas que, junto a su maestro y amante griego, se adentra en la rebelión espiritual surgida en Palestina. Éste será el punto de partida para verter los hallazgos históricos de Salazar a la vez que se reconstruye la inmensidad de Jesús, lo que sirve de punto de inflexión para develar eso que Malraux llamaba la condición humana, su usual ceguera y también la liberación a través de la palabra, o sea el conocimiento, o sea la verdad.

Y es que las preocupaciones de Jorge Salazar responden a las de un escritor de su tiempo. Y en un mundo pos Hiroshima el leit motiv es la muerte y la moral. No en vano Salazar ha dedicado buena parte de su obra al tanatos, ya sea en forma de sedición política (Piensan que Estamos Muertos –junto a Alaín Elías, 1976), reelaborando la tragedia del Estadio Nacional (la genial y perturbadora La Ópera de los Fantasmas– Premio Casa de las Américas, 1980); presentando ese compendio aterrizado de asesinato y psicología forense (Poggi, la Verdad del Caso-1987) o teniendo al crimen como múltiple homologador histórico (La Medianoche del Japonés-1991). Amén del primer compendio de crónica policial peruana (tres tomos de Historia de la Noticia), que apenas le ha dejado destilar su eros en una joyita que disfrutarán especialmente los sibaritas de las letras, las recientes Crónicas Gastronómicas (2004).

Inclasificable e insular, Salazar ha superado despreocupadamente la vida de cenáculos que exige Lima para sus figuras menos dotadas, a través de una prosa trepidante donde el nervio supera la asepsia formal a la que aspiran muchos escribas hoy. De la misma forma los ecos de sus personajes atribulados, moralmente perturbados y siempre incómodos tanto en sus roles de perpetradores o testigos, apenas refieren a aquel muchacho criado en Barrios Altos al que sus padres tenían por maricón prostituible por saberlo aficionado al baile.

–¿Y cuál es tu búsqueda espiritual? ¿Cómo resuelves el tema de la muerte? ¿A qué le temes?

–He sido medio administrador de un puticlub en Madrid y me han operado el corazón. Vivo de lo que escribo.
¿Qué más? ¿Miedo? Sí, tengo miedo porque soy un peruano que ha tirado pelota en Cocharcas y este tipo de trabajo lo hacen los alemanes -ironiza.

Y en seguida se corrige. Y mientras termina de chupar un Chesterfield que definitivamente no debió fumar empieza ese momento sobrecogedor en el que un artista dice exactamente lo que quiere decir, y uno, empequeñecido por la oportunidad y el privilegio, escucha como un apóstol próximo a un predicador, un sanador dirían los esenios, porque las palabras curan: No temo a la muerte. La muerte para mí es dejar de ser lo que uno eligió.

Foto: Sergio Urday